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By David Magallanes • Guest contributor
One of the memories I have from my childhood in the 1950s is the sound of the glass milk bottles in a small crate being delivered early in the morning on the side porch of our home. The “milkman,” a friendly, jocular, “older” man (who was probably in his 40s) always had a friendly greeting for my mother when she opened the door to retrieve the fresh milk.
But then just like clotheslines, answering machines, and typewriters, the milkman’s role faded away from our lives. Technology’s slow advance began accelerating and then, like an avalanche, seemed to suddenly overtake most facets of our lives. The milkman’s visits were no longer necessary in a world that now provided refrigeration and plastic.
At first, we thought that the plastic containers in which we brought milk home from the supermarket were the best thing since the gods gave us corn. More items were being packaged in plastic. We started taking those goods home with us in plastic bags. Everything was being wrapped in plastic, it seemed. Overnight, wooden bowls became plastic bowls. We were buying dozens of plastic bottles of water at a time. Even our cars were becoming plastic: the lights, the bumpers, the trim—practically the entire exterior of the body of the car. Before they were outlawed in 2015, “microplastics,” in the form of “microbeads,” were wending their way into products we never expected to include plastic, such as cosmetics. These kinds of plastic were particularly nefarious because of how they ended up in the surrounding environment—literally everywhere.
Before we knew it, we were inundated with plastic. And now, as we shall see, we are dying from it.
Plastics have been scattered everywhere around planet Earth from its ocean depths to the summit of Mt. Everest. At this time, some 14 million tons of plastic are dumped into the ocean every year. The effects are frightening: fish and other marine creatures ingest our plastic waste. They are injured and killed as they become entangled in our plastic discards. Likewise, land animals strangle themselves with plastic bags or fill their stomachs with plastic waste. Since the use of plastic exploded starting around the late 1990s, we have been destroying our lives and those of our fellow living creatures and their habitats. There is no end in sight to the onslaught of plastic in our lives.
The curse of plastic was glaringly apparent recently when a scientific journal announced a grim discovery: Eighty percent of people who were tested had plastic in their blood. Tiny plastic particles are circulating throughout our bodies and lodging in our organs. The long-term effects are unknown. Plastic is so ubiquitous and pernicious that we have managed to ruin our own bloodstreams with it. Even babies are victims of this infusion of plastic into our bodies.
There is some effort to curb this alarming rise in plastic toxicity. We are no longer given free plastic bags at the grocery store. We pay a dime per bag for the “privilege” of taking our food home…in plastic. Some localities have outlawed Styrofoam containers and plastic utensils and even drinking straws. This makes only a dent in our predicament, but it’s something.
As aware consumers, we have some influence on what has become a war on plastic. We can choose to buy products, when possible, that veer away from the unnecessary and gratuitous use of plastic. After all, the early conveniences of plastic have turned on us and become a nightmare. Like air pollution, it’s not going away anytime soon, if ever. But taking a few steps forward is better than taking none at all.
— Writing services are offered at my website, David Magallanes Writing Services. David Magallanes is a retired college math educator.
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El Plástico—Un Monstruo
Por David Magallanes • Columnista invitado
Uno de los recuerdos que tengo de mi infancia en la década de 1950 es el sonido de las botellas de leche de vidrio en una caja pequeña que se entregaban temprano por la mañana en el porche lateral de nuestra casa. El “lechero”, un hombre “mayor” (que probablemente tenía unos 40 años), amistoso y jocoso siempre saludaba amistosamente a mi madre cuando ella abría la puerta para recibir la leche fresca.
Pero luego, al igual que los tendederos para ropa, los contestadores de teléfonos automáticos y las máquinas de escribir, el papel del lechero se desvaneció de nuestras vidas. El lento avance de la tecnología comenzó a acelerarse y luego, como una avalancha, pareció apoderarse repentinamente de la mayoría de las facetas de nuestras vidas. Las visitas del lechero ya no eran necesarias en un mundo que ahora proporcionaba refrigeración y plástico.
Al principio pensábamos que los envases de plástico en los que traíamos a casa la leche del supermercado eran lo mejor desde que los dioses nos otorgaron el maíz. Se estaban empaquetando más y más artículos en plástico. Empezamos a llevarnos esos productos a casa en bolsas de plástico. Todo se envolvía en plástico, al parecer. De la noche a la mañana, los tazones de madera se convirtieron en tazones de plástico. Comprábamos docenas de botellas plásticas de agua a la vez. Incluso nuestros autos se estaban volviendo de plástico: las luces, las defensas, las molduras, prácticamente todo el exterior de la carrocería del auto. Antes de que fueran prohibidos en 2015, los “microplásticos”, en forma de “microesferas”, se estaban abriendo paso en productos que nunca esperábamos que incluyeran plástico, como los cosméticos. Estos tipos de plástico eran particularmente nefastos debido a la forma en que terminaron en el entorno circundante, literalmente en todas partes.
Antes de que nos diéramos cuenta, estábamos inundados con plástico. Y ahora, como veremos, nos estamos muriendo por ello.
Los plásticos se han esparcido por todas partes alrededor del planeta Tierra desde las profundidades del océano hasta la cima del Monte Everest. En este momento, cada año se vierten al océano unos 14 millones de toneladas de plástico. Los efectos son aterradores: los peces y otras criaturas marinas ingieren nuestros desechos plásticos. Se lesionan y mueren cuando se enredan en nuestros desperdicios de plástico. Asimismo, los animales terrestres se estrangulan con bolsas de plástico o se llenan el estómago con los plásticos descartados. Desde que el uso de plástico explotó a partir de finales de la década de 1990, hemos estado destruyendo nuestras vidas y las de nuestras criaturas vivientes y sus hábitats. No se vislumbra el final de la avalancha de plástico en nuestras vidas.
La maldición del plástico se hizo evidente recientemente cuando una revista científica anunció un descubrimiento sombrío: el ochenta por ciento de las personas que se sometieron a una prueba tenían plástico en la sangre. Diminutas partículas de plástico circulan por nuestro cuerpo y se alojan en nuestros órganos. Se desconocen los efectos a largo plazo. El plástico es tan ubicuo y pernicioso que hemos logrado arruinar nuestro propio torrente sanguíneo con él. Incluso los bebés son víctimas de esta infusión de plástico en nuestros cuerpos.
Hay algunos esfuerzos para frenar este aumento alarmante de la toxicidad plástica. Ya no nos dan bolsas de plástico gratis en el supermercado. Pagamos diez centavos por bolsa por el “privilegio” de llevar nuestra comida a casa…en plástico. Algunas localidades han prohibido los recipientes de espuma de poliestireno y los utensilios de plástico e incluso las pajitas para beber. Esto solo produce un impacto ligero en nuestra situación, pero es algo.
Como consumidores conscientes, tenemos cierta influencia en lo que se ha convertido en una guerra contra el plástico. Podemos optar por comprar productos, cuando sea posible, que se alejen del uso innecesario y gratuito del plástico. Después de todo, las comodidades del plástico que experimentábamos en el pasado se han vuelto en nuestra contra, y se han convertido en una pesadilla. Al igual que la contaminación del aire, no va a desaparecer pronto, si es que en un futuro lejano desaparezca. Pero dar unos pocos pasos adelante es mejor que no dar ninguno.
– – Servicios de escritura se ofrecen en mi sitio web, David Magallanes Writing Services. David Magallanes es un profesor de matemáticas jubilado.
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