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By David Magallanes • Guest contributor
Several months ago, I was sitting in a doctor’s office waiting to be called in. Facial masks are required. After all, this is a medical building. Given our circumstances over this past year and a half, medical staff is intensely focused on maintaining an atmosphere in which patients can feel relatively safe.
I was reading a book as I waited. I didn’t notice that my mask had fallen below my nose. The receptionist kindly reminded me to lift the mask up so that it covered my face properly. I apologized and immediately took care of the problem.
Going back a few weeks, I wrote about my foray into the local public transit system to experience what life would be like without a car. I’ve had a couple of “mask incidents” in this environment, too.
When I started riding the buses and acclimating myself to this world, I stepped into the vehicle and was promptly reminded to lift my mask above my nose. There I go again! So yes, I once again apologized and immediately complied.
More recently, I was on the bus riding to my destination, reading a book (it’s a lifetime habit—always reading books as I wait or travel as a passenger on public transport). I remembered that I wanted to remove my hat, which has a chin strap that keeps it from flying off in the wind. But first I had to remove my mask. I meant to put it right back on, but I must have been distracted and didn’t. At the very next stop, the driver got up to remind me, with a tone of voice that left no question in my mind about how serious he was, that I had to wear that mask.
I suddenly flashed back to military basic training. Instinctively I wanted to salute and shout, “Yes, sir!” Instead, I apologized and complied even more quickly (and humbly) than I thought I could. During the ride, I listened to the ongoing recording, which included admonitions reminding us that it is a federal law: we must wear face masks on all public transportation in the United States.
Meanwhile, the “mask wars” are being waged around our country. There are those who are righteous, unforgiving, uncivil, and who despise all those who “act like sheep” because they heed science and wear masks. They insult those who disagree with them. They rip masks off others’ faces. They are known to threaten and physically assault those who would dare to “take away their liberty” by requiring, or even requesting, that they wear a face mask.
School is just starting up for elementary school-age children, and many are already being sent home to quarantine after being exposed to COVID-19 and its variants. Even as the number of virus case numbers starts accelerating upward yet again, there are state governors (California’s is not one of them) who are, inexplicably and contrary to all common sense, forbidding public school districts from requiring students and staff to mask up. They seem willing to sacrifice the health and lives of children and staff upon the altar of politics.
My cousin who has lived in Tokyo for several decades tells me that face masks are simply not an issue in Japan. Face masks are not the cause of endless wars, like in this country. By and large, the people there know that to defy science is to ask for trouble. They seem to intuit that messing with viruses is particularly ill-advised, if not foolhardy.
Many Americans don’t seem to understand that. And so, the mask wars rage as the implacable pandemic surges ahead. The more extreme elements of the anti-mask movement seem to be willing to die in defense of their misguided ideology. And many do, as they take their last gasps denying that masks and vaccines are of any use.
— Writing services are offered at my website, David Magallanes Writing Services. David Magallanes is a retired college math educator.
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La Guerra de las Mascarillas
Por David Magallanes • Columnista invitado
Hace varios meses, me sentaba en el consultorio de un médico esperando que me llamaran. Se requieren máscaras faciales. Después de todo, este es un edificio médico. Dadas nuestras circunstancias durante este último año y medio, el personal médico está intensamente enfocado en mantener un ambiente en el cual los pacientes puedan sentirse relativamente seguros.
Estaba leyendo un libro mientras esperaba. No me di cuenta de que mi máscara había caído debajo de mi nariz. La recepcionista me recordó amablemente que levantara la máscara para que me cubriera la cara correctamente. Me disculpé e inmediatamente me ocupé del problema.
Retrocediendo unas semanas, escribí sobre mi incursión en el sistema de transporte público local para experimentar cómo sería la vida sin automóvil. También he tenido un par de “incidentes con la mascarilla” en este entorno.
Cuando comencé a viajar en los autobuses y a acostumbrarme a este mundo, entré en el vehículo y el chofer me recordó de inmediato que me levantara la máscara por encima de la nariz. ¡Ahí voy de nuevo! Así que sí, una vez más me disculpé e inmediatamente cumplí.
Más recientemente, estaba en el autobús rumbo a mi destino, leyendo un libro (es un hábito de toda la vida, siempre leer libros mientras espero o viajo como pasajero en transporte público). Recordé que quería quitarme el sombrero, el cual tiene una correa en la barbilla que evita que se vuele con el viento. Pero primero tuve que quitarme la máscara. Quería ponérmelo de nuevo, pero debí haberme distraído y no lo hice. En la siguiente parada, el conductor se levantó para recordarme, con un tono de voz que no dejaba dudas en mi mente sobre lo serio que estaba, que tenía que usar esa máscara.
De repente recordé el entrenamiento básico militar. Instintivamente quería saludar y gritarle: “¡Sí, señor!” En cambio, me disculpé y obedecí aún más rápido (y humildemente) de lo que pensé que yo era capaz. Durante el viaje, escuché la grabación en curso, que incluía advertencias que nos recordaban que es una ley federal: debemos usar máscaras en todo el transporte público de los Estados Unidos.
Mientras tanto, las “guerras de las máscaras” se libran en todo nuestro país. Hay quienes son creídos, implacables, descorteses y desprecian a todos los que “actúan como ovejas” porque hacen caso de la ciencia y usan máscaras. Insultan a los que no están de acuerdo con ellos. Arrancan las máscaras de los rostros de otras personas. Ha habido casos en que amenazan y agreden físicamente a quienes se atreven a “quitarles la libertad” por exigirles, o incluso pedirles, que usen una mascarilla.
La escuela recién está comenzando para los niños en edad de escuela primaria, y muchos ya están siendo enviados a casa a cuarentena después de haber estado expuestos al COVID-19 y sus variantes. A pesar de que el número de casos de virus comienza a aumentar una vez más, hay gobernadores estatales (el de California no es uno de ellos) que, inexplicablemente y en contra de todo sentido común, están prohibiendo a los distritos escolares públicos que requieran que los estudiantes y el personal usen la mascarilla. Parecen dispuestos a sacrificar la salud y la vida de los niños y el personal en el altar de la política.
Mi primo, que ha vivido en Tokio durante varias décadas, me dice que las mascarillas simplemente no son gran cosa en Japón. Las mascarillas no son la causa de guerras interminables, como en este país. En general, la gente sabe que desafiar a la ciencia es buscar problemas. Parecen intuir que meterse con los virus es particularmente desaconsejable, si no algo insensato.
Muchos estadounidenses no parecen entender esto. Y así, las guerras de máscaras se encolerizan mientras la implacable pandemia avanza. Los elementos más extremos del movimiento antimáscara parecen estar dispuestos a morir en defensa de su ideología equivocada. Y muchos lo hacen, mientras exhalan sus últimos suspiros negando que las mascarillas y las vacunas sean de utilidad.
– – Servicios de escritura se ofrecen en mi sitio web, David Magallanes Writing Services. David Magallanes es un profesor de matemáticas jubilado.
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