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By David Magallanes • Guest contributor
I have begun donating books from my home library. It is quite a large collection that I curated over the past nearly 70 years. I am discovering that this is a profoundly bittersweet experience. I’ve treasured each book throughout the sweep of my life since boyhood.
These volumes include self-help, how-to, and inspirational classics. There is an abundance of mathematical and scientific books that reflect the technical trajectory of my time on earth.
But there are also books that remind me of the times that I was trying to teach myself something, such as how to use computer software, how to write a business plan, or how to build or reconstruct relationships.
Books were always very precious to me. Books were probably what connected me most to my father, an old-fashioned typesetter, during my childhood. He drilled into my head that “books are my friends,” implying that I should never mistreat them. As a result, I would never “dog-ear” a book to mark my place in it, because that would be tantamount to abusing it.
The father-son time I had with him was not on a fishing boat nor in the forest with rifles hunting animals. The special times I experienced with him were at the libraries and used bookstores between Los Angeles and Long Beach.
As I comb through my voluminous collection, I am reminded of my curiosity that seemed to know no bounds sometimes. I apparently wanted to learn about things such as plants and hiking paths in my area. I have decided to keep books with poetry that my late friend and academic colleague, poet Shelley Savren, gave to me with a personal note from her on the inside front cover. I must have enjoyed reading novels throughout the decades, because I found plenty of those, too, in the forgotten corners of my bookshelves. There are several cookbooks on my bookshelves that remind me of my interest in healthy meal preparation.
My personal history comes to life as I sift through my collection of books. I see the mathematical textbooks that I either studied or taught from. These treasures span the arc of my lifetime between my high school years as a student and my academic career as a college math instructor. They contain my soul in ways that the other books do not.
Those books that I am now beginning to remove and donate to our local public library hold memories of discovery and wonder. Four, five, or six books at a time, I am handing over most of my collection to the library. Staff will decide whether to allocate my books to the library bookshelves, the Friends of the Library book sales, or the recycling bin.
As I pack my books into boxes, I feel a deep sense of fulfillment knowing that these beloved books may well inspire new generations of readers or older adults like me. Many of us still enjoy learning from the printed word on paper, just as we did when we were growing up.
I am finding that this act of giving, though tinged with nostalgia and sadness, is ultimately an enriching journey of sharing joy, knowledge, and passion.
— David Magallanes is a retired professor of mathematics.
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La Agridulce Tarea de Donar Libros
Por David Magallanes • Columnista invitado”
He empezado a donar libros de mi biblioteca personal. Es una colección bastante grande que he ido seleccionando a lo largo de los últimos 70 años. Estoy descubriendo que es una experiencia profundamente agridulce. He atesorado cada libro a lo largo de mi vida, desde la infancia.
Estos volúmenes incluyen libros de autoayuda, instructivos y clásicos inspiradores. Hay una gran cantidad de libros de las matemáticas y las ciencias que reflejan la trayectoria técnica de mi tiempo sobre la tierra.
Pero también hay libros que me recuerdan las veces que intentaba aprender algo por mí mismo, por ejemplo, cómo usar un software de computadora, cómo escribir un plan de negocios o cómo construir o reconstruir relaciones con otras personas.
Los libros siempre fueron muy valiosos para mí. Probablemente, los libros fueron lo que más me conectó con mi padre, un tipógrafo a la antigua, durante mi infancia. Él me inculcó que “los libros son mis amigos”, lo que implicaba que nunca debía maltratarlos. Como resultado, nunca le haría un “doblez” a un libro para marcar mi lugar en él, porque eso equivaldría a abusar de él.
El tiempo que pasé con él como padre e hijo no fue en un barco de pesca ni en el bosque con rifles cazando animales. Los momentos especiales que viví con él fueron en las bibliotecas y librerías de segunda mano entre Los Ángeles y Long Beach.
Mientras recorro mi voluminosa colección, recuerdo mi curiosidad, que a veces parecía no tener límites. Al parecer, quería aprender sobre cosas como las plantas y los senderos para caminatas en mi área. He decidido guardar los libros con poesía que mi difunta amiga y colega académica, la poeta Shelley Savren, me dio con una nota personal de ella en la portada interior. Debo haber disfrutado leyendo novelas a lo largo de las décadas, porque también encontré muchas de ellas en los rincones olvidados de mis estanterías. Hay varios libros de cocina en las estanterías que me recuerdan mi interés en la preparación de comidas saludables.
Mi historia personal cobra vida cuando reviso mi colección de libros. Veo los libros de texto de matemáticas que estudié o enseñé. Estos tesoros abarcan el arco de mi vida entre mis años de estudiante en la escuela secundaria y mi carrera académica como profesor de matemáticas en la universidad. Contienen mi alma de una manera que los otros libros no lo hacen.
Esos libros que ahora estoy empezando a retirar y donar a nuestra biblioteca pública local contienen recuerdos de descubrimiento y asombro. De a cuatro, cinco o seis libros a la vez, estoy entregando la mayor parte de mi colección a la biblioteca. El personal decidirá si destinar mis libros a las estanterías de la biblioteca, a las ventas de libros de los Amigos de la Biblioteca o al contenedor de reciclaje.
Cuando meto mis libros en cajas, siento una profunda sensación de satisfacción al saber que estos amados libros pueden inspirar a nuevas generaciones de lectores o a adultos mayores. Muchos de nosotros todavía disfrutamos de aprender de la palabra impresa en papel, tal como lo hacíamos cuando éramos niños.
Estoy descubriendo que este acto de dar, aunque teñido de nostalgia y tristeza, es en última instancia un viaje enriquecedor de compartir alegría, conocimiento y pasión.
– – David Magallanes es un profesor jubilado de matemáticas.
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