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By David Magallanes • Guest contributor
We are not alone. One way or another, the coronavirus has upended the life of practically every individual in the world. As a country, we confront this threat and look for ways to assuage the severe damage that it is inflicting on our livelihoods, our lifestyles, our relationships and the global economy. Meanwhile, we are all observing an intense tug-of-war between the forces that agitate for a brisk re-opening of the country and those that caution us about the potentially dreadful consequences of a rapid return to a “normal life.” Achieving an optimal response is one of the most fraught challenges ever experienced by at least the past three generations, so achieving an optimal balance is guaranteed to be painful.
This brings us to something very personal for each of us: our lives. What will they be like down the proverbial road? Like everything else about this pandemic, we don’t know. That’s one of the most vexing aspects of this crisis: we are at the mercy of a virus that has declared war on the human race. This dark biological force will continue recruiting and sending forth its viral troops in a bid to destroy us if it is not deterred and obliterated by medical scientists who will have to muster all the knowledge that humankind has accumulated over centuries.
So now back to the central question: what changes in our lives can we foresee, or at least anticipate? As sure as the sun will rise tomorrow over our afflicted planet, there will be changes—some small and others potentially massive, depending on our circumstances. Many jobs and gigs may soon be permanently curtailed or modified, which might lead us to ask the frightening question, “Now what?”
For much of the population, it will be important to have a Plan B—just in case some of the predictions we’re hearing from certain government officials turn out to be absurdly optimistic. We may or may not have a job to return to, and if we do, it might well be substantially modified. Likewise, we may or may not be able to indulge anytime soon in the activities that we normally enjoyed up to a couple of months ago.
The upshot of all these considerations is this: it will be necessary for us to be very nimble and creative as we explore the possibilities of a world that may not look anything like the one we had come to know and thought was permanent. After all, in the grand scheme of reality, nothing is permanent.
— David Magallanes is a retired college math educator.
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Reinventando Nuestras Vidas
Por David Magallanes • Columnista invitado
No estamos solos. De una forma u otra, el coronavirus ha cambiado la vida de prácticamente todos en este mundo. Como país, enfrentamos esta amenaza y buscamos formas de mitigar el daño severo que está infligiendo en nuestros empleos, nuestros estilos de vida, nuestras relaciones y la economía global. Mientras tanto, todos estamos observando un intenso tira y afloja entre las fuerzas que agitan por una rápida reapertura del país y las que nos advierten sobre las consecuencias potencialmente terribles de un rápido regreso a la “vida normal”. Llegar a una respuesta óptima es uno de los desafíos más difíciles jamás experimentados por al menos las últimas tres generaciones, por lo que garantizar un equilibrio óptimo será doloroso.
Esto nos lleva a algo muy personal para cada uno de nosotros: nuestras vidas. ¿Cómo serán en el próximo futuro? Como todo lo demás sobre esta pandemia, no lo sabemos. Ese es uno de los aspectos más irritantes de esta crisis: estamos a la merced de un virus que ha declarado la guerra contra la raza humana. Esta fuerza biológica oscura continuará reclutando y enviando sus tropas virales en un intento por destruirnos si no es disuadida y destruida por los científicos médicos que tendrán que reunir todo el conocimiento que la humanidad ha acumulado durante siglos.
Ahora volvamos a la pregunta central: ¿qué cambios en nuestras vidas podemos prever, o al menos anticipar? Tan seguro como la salida del sol mañana sobre nuestro planeta afectado, habrá cambios, algunos pequeños y otros potencialmente masivos, dependiendo de nuestras circunstancias. Es posible que muchos trabajos y chambas temporales pronto sean reducidos o modificados permanentemente, lo que podría llevarnos a hacer la pregunta aterradora: “¿Y ahora qué?”
Para gran parte de la población, será importante contar con un Plan B, en caso de que algunas de las predicciones que escuchamos de ciertos funcionarios del gobierno resulten absurdamente optimistas. Es posible que tengamos un trabajo al que regresar, quizás, y si lo tenemos, bien podría ser sustancialmente modificado. Del mismo modo, es posible que podamos disfrutar de las actividades que normalmente disfrutamos hasta hace un par de meses—o puede que no.
La conclusión a que llegamos con todas estas consideraciones es el siguiente: será necesario que seamos muy ágiles y creativos a medida que exploramos las posibilidades de un mundo que puede no parecerse en nada al que habíamos llegado a conocer y que pensamos que era permanente. Al fin y al cabo, en el gran esquema de la realidad, nada es permanente.
– – David Magallanes es un profesor de matemáticas jubilado.
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