Bilingual commentary — Ordering by Mail in the 1960s

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By David Magallanes • Guest contributor

In the 1960s, ordering by mail was an adventurous blend of anticipation and simplicity, when catalogs and cereal boxes held a world of possibilities, and the excitement of waiting for that special package to arrive was truly unmatched.

Imagine a world where there were no personal computers, no Internet, no cell phones, no social media, and no Amazon. Imagine a time when Dwight Eisenhower, a former World War II general, was president. This was a time before “Camelot,” the era of the John F. Kennedy presidency, when courage, diplomacy, public service and sacrifice were all extolled as the virtues of a powerful country.

The 1960s was a time when shopping was comparatively simple. The closest thing we had to online shopping was “mail order.” 

I remember how my mother used to thumb through the massive Sears paper catalog, which was at least three inches thick. She chose the items she wanted and dialed a phone number to place her order with a live person on the other end of the line. She then waited patiently for several days before the large Sears truck would pull up in front of the house and deliver her products.

Besides catalogs, another source of shopping excitement was the backs of cereal boxes. Advertisers wisely figured that adults and older children had a tendency to read the ads on the backs of cereal boxes since there was little else to distract us as we ate the cereal.

At around age 10, a fascinating toy caught my attention. It was an official “Rin Tin Tin Wonda-Scope.” “Rin Tin Tin” referred to a popular Western TV series, The Adventures of Rin Tin Tin. The program was about the unwavering loyalty, heroism, and good deeds of a German Shepherd dog of that name. 

What I admired about this Wonda-Scope was its versatility, as explained in the cereal box ad. It was a small plastic unit that unfolded into myriad tools that any boy would love having at his fingertips: binoculars to zoom in on distant objects; half of the binoculars to use as a telescope; a magnifying glass to closely examine the world of plants and insects; a compass to guide a trepid explorer on his journeys in the wilderness; a mirror to send flashing sun signals to an accomplice on the other side of a field. 

In short, the Wonda-Scope was an all-in-one, universal accessory for a boy on the cusp of setting out to survey his world using the primitive technology available to him at the time. It was an era uncomplicated by a digital existence supported by a network of satellites. That time still lay ahead of him in the following century. 

To order my Wonda-Scope, I first had to bring out my mother’s scissors and cut out the cardboard order form. I filled in my name and address (there were no zip codes at the time) with a ballpoint pen. My father took me to a nearby liquor store to purchase a money order for the ‘scope, which might have cost about three dollars. I placed a four-cent “Abrahan Lincoln” postage stamp on the envelope that contained my order. I then attached the envelope to the outside of our home mailbox with a clothespin so that the mailman could pick up the envelope and send it off for me to somewhere in New York.

I naïvely thought I would receive my Wonda-Scope within a week. But I had to wait another week. And then another. And another. 

My Wonda-Scope arrived about three months later. And after anxiously opening the package it came in, I was underwhelmed. It looked like a cheap device made of cheap plastic (but then what could I expect for three dollars?). This is what I had waited three months for? 

No one at that time could imagine a world in which we could click on a digital ad and four or five clicks of a mouse later have our chosen product on its way. We might even be able to get it “next day” if we’re a “prime” customer. Now, in some cases, we might be able to arrange for delivery by drone in less than an hour. 

If I had been a boy in a hyper-digitalized delivery system like this, I might have been tempted to quickly and easily arrange for a refund, again with a few clicks of a mouse. But even as a 10-year-old in 1960, I had the wisdom to know that it just wasn’t worth my time to jump through all those hoops again to send back my Wonda-Scope for a refund that in all likelihood would never arrive.

David Magallanes is a retired professor of mathematics.

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Pedidos Por Correo en la Década de 1960

Por David Magallanes • Columnista invitado

En la década de 1960, realizar pedidos por correo era una mezcla aventurera de anticipación y simplicidad, cuando los catálogos y las cajas de cereales contenían un mundo de posibilidades, y la emoción de esperar a que llegara ese paquete especial era realmente inigualable.

Imagine un mundo donde no hubiera computadoras personales, Internet, teléfonos celulares, redes sociales ni Amazon. Imaginemos una época en la que Dwight Eisenhower, un ex general de la Segunda Guerra Mundial, fuera presidente. Esta fue una época anterior a “Camelot”, la era de la presidencia de John F. Kennedy, cuando el coraje, la diplomacia, el servicio público y el sacrificio eran ensalzados como las virtudes de un país poderoso.

La década de 1960 fue una época en la que ir de compras era comparativamente sencillo. Lo más parecido que teníamos a las compras en línea era el “pedido por correo”.

Recuerdo cómo mi madre solía hojear el enorme catálogo en papel de Sears, que tenía al menos ocho centímetros de grosor. Eligió los artículos que quería y marcó un número de teléfono para realizar su pedido con una persona en vivo al otro lado de la línea. Luego esperó pacientemente durante varios días antes de que el gran camión Sears se detuviera frente a la casa y le entregara los productos.

  Además de los catálogos, otra fuente de entusiasmo por las compras fueron las partes traseras de las cajas de cereales. Los comerciantes supieron sabiamente que los adultos y los niños mayores tenían tendencia a leer los anuncios en la parte posterior de las cajas de cereal, ya que había poco más que nos distrajera mientras comíamos el cereal.

  Alrededor de los 10 años de edad, un juguete fascinante me llamó la atención. Era un “Rin Tin Tin Wonda-Scope” oficial. “Rin Tin Tin” se refería a una popular serie de televisión occidental, Las Aventuras de Rin Tin Tin. El programa trataba sobre la lealtad inquebrantable, el heroísmo y las buenas acciones de un perro pastor alemán con ese nombre.

  Lo que admiré de este Wonda-Scope fue su versatilidad, como se explica en el anuncio de la caja de cereal. Era una pequeña unidad de plástico que se desplegaba en innumerables herramientas que a cualquier niño le encantaría tener a su alcance: binoculares para acercar objetos distantes; la mitad de los binoculares para utilizarlos como telescopio; una lupa para examinar de cerca el mundo de las plantas y los insectos; una brújula para guiar a un inquieto explorador en sus viajes por tierra salvaje; un espejo para enviar señales solares parpadeantes a un cómplice al otro lado de un campo.

En resumen, el Wonda-Scope era un accesorio universal todo-en-uno para un niño que estuvo a punto de emprender la exploración de su mundo utilizando la tecnología primitiva disponible para él en ese momento. Fue una era sin complicaciones por una existencia digital respaldada por una red de satélites. Ese tiempo todavía estaba por delante en el siglo siguiente.

Para pedir mi Wonda-Scope, primero tuve que sacar las tijeras de mi madre y recortar el formulario de pedido de cartón. Apunté mi nombre y dirección (no había códigos postales en esa época) con un bolígrafo. Mi padre me llevó a una licorería cercana para comprar un giro postal para el aparato, que podría haber costado unos tres dólares. Puse un sello postal de “Abraham Lincoln” de cuatro centavos en el sobre que contenía mi pedido. Luego pegué el sobre al exterior del buzón de nuestra casa con una pinza para la ropa para que el cartero pudiera recoger el sobre y enviárlo a algún lugar de Nueva York.

  Ingenuamente pensé que recibiría mi Wonda-Scope dentro de una semana. Pero tuve que esperar una semana más. Y luego otra. Y otra.

  Mi Wonda-Scope llegó unos tres meses después. Y al abrir ansiosamente el paquete en el que venía, me sentí decepcionado. Parecía un dispositivo barato hecho de plástico barato (pero entonces, ¿qué se podía esperar por un costo de tres dólares?). Me pregunté, “¿Por esto yo había esperado tres meses?”

  Nadie en ese momento podía imaginar un mundo en el que pudiéramos hacer clic en un anuncio digital y cuatro o cinco clics más tarde tuvieran en camino el producto elegido. Incluso podríamos conseguirlo “al día siguiente” si somos un cliente “privilegiado”. Ahora, en algunos casos, es posible arreglárnoslas para una entrega mediante drones en menos de una hora.

  Si hubiera sido un niño en un sistema de entrega hiperdigitalizada como esta, podría haber tenido la tentación de solicitar un reembolso rápida y fácilmente, nuevamente con unos pocos clics del mouse. Pero incluso cuando tenía 10 años en 1960, tuve la sabiduría de saber que simplemente no valía la pena pasar por todos esos obstáculos nuevamente para devolver mi Wonda-Scope y esperar un reembolso que con toda probabilidad nunca llegaría.

– – David Magallanes es un profesor jubilado de matemáticas.

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