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By David Magallanes • Guest contributor
Those of us who grew up in the 1950s received a classical music education not available to later generations. We learned about a wide range of classical music—but not by attending prestigious schools or institutions for rich kids. All we had to do was sit at home and watch the cartoons of that time on our TVs. Those television sets displayed black-and-white images on hopelessly small screens.
Listening to some of that music now as adults conjures images of archetypal cartoon characters in our heads. Hearing some of the music by Strauss, Liszt, Chopin, Beethoven, Tchaikovsky, Rossini, Schubert, Smetana, von Suppé, and a host of other composers instantaneously recalls visions that we will forever associate with iconic pieces composed by these artistic giants.
For example, we watched Bugs Bunny, wearing a tuxedo, masterfully begin to play Franz Liszt’s Hungarian Rhapsody No. 2 on the piano. But when he stopped mid-piece to munch loudly on a carrot, even as children we immediately knew that this was not going to be a formal academic recital.
After Bugs’ hasty snack, he tapped his protruding front teeth, making them sound like high notes on the piano. We watched him resume the display of his impressive talent as he played magnificently with gloved hands. But then after a few moments, the performance devolved into slapstick comedy. His fingers crossed and locked, making playing the piano impossible. On top of that, his gloves got caught between the keys, rendering Bugs helpless as he struggled to free his hands to play.
Getting past this fiasco, Bugs continues to play in a manner resembling that of a fine concert artist. Then he starts dancing in front of the keyboard, just as a modern rock pianist might perform. Suddenly a phone rings—inside his piano! He pulls it out (phones were large in those days). Instead of saying “Hello,” he answers the call beginning with his renowned catchphrase, “Ehh…what’s up, doc?” He munches on a carrot, as usual when he is idle. “Who? Franz Liszt? Never heard of him. Wrong number.” Which is hilarious since he’s playing this piece by Franz Liszt. He hangs up the phone.
Tom and Jerry, the cat and mouse, respectively, that always antagonized each other (much like Democrats and Republicans today) likewise made use of this same piece by Liszt to animate an episode of Jerry’s eternal harassment toward Tom.
In the early cartoons, we of the postwar boomer generation witnessed Sylvester the cat singing Rossini’s opera, The Barber of Seville. We laughed as we learned about The Marriage of Figaro in this opera when the hyperactive Daffy Duck sang Figaro’s aria, which includes the famous operatic line “Figaro, Figaro, Figaro!” Woody Woodpecker also made use of this opera.
Later in life, if we had the privilege of hearing Mozart’s overture for his opera The Marriage of Figaro (composed somewhat before Rossini’s work), we would have been able to see the connection between the two.
Franz Schubert’s Der Erlkönig was adroitly used in cartoons featuring Yosemite Sam and Porky Pig. The music perfectly accompanied the appearance of villains in these cartoons.
Disney’s 1940 classic animated film, Fantasia, alone introduced us to the music of the likes of Bach, Tchaikovsky, Dukas (The Sorcerer’s Apprentice with Mickey Mouse), Stravinsky, Beethoven, Ponchielli, Musorgsky, and Schubert.
Characters as disparate as Mickey Mouse, Goofy, Popeye, and a host of others introduced us to classical music in ways that no college music appreciation class could ever accomplish. In our childhood, we absorbed the rhythms of the classical masters and made them a part of our life.
When we hear these masterpieces, we feel them because they always take us back to a time when our entire lives were ahead of us. In our boomer minds, Bugs Bunny, Donald Duck, Porky Pig, Elmer Fudd, et al. are, for all practical purposes, real characters because they so generously introduced us to a treasure that can never be taken from us.
— David Magallanes offers information about healthy lifestyles on his website, Magallanes Wellness Information Center. He is also a retired college math educator.
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Cómo Mi Generación Aprendió Música Clásica: Las Caricaturas
Por David Magallanes • Columnista invitado”
Aquellos de nosotros que crecimos en la década de 1950 recibimos una educación en música clásica que no estuvo disponible para las generaciones posteriores. Aprendimos sobre una amplia gama de música clásica, pero no porque asistimos a escuelas o instituciones prestigiosas para niños ricos. Todo lo que teníamos que hacer era sentarnos en casa y ver las caricaturas de esa época en nuestros televisores. Esos televisores mostraban imágenes en blanco y negro en pantallas irremediablemente pequeñas.
Al escuchar esa música ahora como adultos evoca en nuestras cabezas imágenes de personajes de caricaturas arquetípicas. Oyendo la música de Strauss, Liszt, Chopin, Beethoven, Tchaikovsky, Rossini, Schubert, Smetana, von Suppé y muchos otros compositores recuerda instantáneamente visiones que siempre asociaremos con estas piezas icónicas.
Por ejemplo, vimos a Bugs Bunny, vestido con esmoquin, comenzar magistralmente a tocar la Rapsodia Húngara No. 2 de Franz Liszt en el piano. Pero cuando se detuvo a mitad de la pieza para masticar ruidosamente una zanahoria, incluso cuando éramos niños, supimos de inmediato que este no iba a ser un recital académico formal.
Después del apresurado bocadillo de Bugs, se dio unos golpecitos con los dientes frontales salientes, haciéndolos sonar como notas altas del piano. Lo vimos reanudar la exhibición de su impresionante talento mientras jugaba magníficamente con las manos enguantadas. Pero luego de unos momentos, la actuación se convirtió en una comedia bufonesca. Sus dedos se cruzaron y entrelazaron, haciendo imposible tocar el piano. Además de eso, sus guantes quedaron atrapados entre las teclas, dejando a Bugs indefenso mientras luchaba por liberar sus manos para seguir tocando el piano.
Superando este fiasco, Bugs continúa tocando como si fuera un buen concertista. Luego comienza a bailar frente al teclado, tal como lo haría un pianista de rock moderno. De repente suena un teléfono… ¡dentro de su piano! Lo saca (los teléfonos eran grandes en aquella época). En lugar de decir “Hola”, responde la llamada comenzando con su famoso latiguillo: “Ehh… ¿what’s up doc?” Él mastica una zanahoria, como de costumbre cuando está desocupado. “¿Quién? ¿Franz Liszt? No sé nada de él. Número equivocado.” Lo cual es muy gracioso ya que está tocando esta pieza de Franz Liszt. Cuelga el teléfono.
Tom y Jerry, el gato y el ratón, respectivamente, que siempre se hostigaban el uno al otro (al igual que los demócratas y republicanos de hoy) también utilizaron esta misma pieza de Liszt para animar un episodio del eterno acoso de Jerry hacia Tom.
En las primeras caricaturas, nosotros, los de la generación “boomer” de la posguerra, fuimos testigos del gato Silvestre cantando la ópera de Rossini, El Barbero de Sevilla. Nos reímos al aprender sobre Las Bodas de Fígaro en esta ópera cuando el hiperactivo Daffy Duck cantó el aria de Fígaro, que incluye la famosa línea operística “¡Fígaro, Fígaro, Fígaro!” Woody Woodpecker también hacía buen uso de esta ópera.
Más adelante en la vida, si hubiéramos tenido el privilegio de escuchar la obertura de Mozart para su ópera Las Bodas de Fígaro (compuesta un poco antes de la obra de Rossini), habríamos podido ver la conexión entre las dos.
Der Erlkönig de Franz Schubert se utilizó hábilmente en las caricaturas protagonizadas por Yosemite Sam y Porky Pig. La música acompañaba perfectamente la aparición de los villanos en estas caricaturas.
La película animada clásica de Disney de 1940, Fantasía, por sí solo nos presentó la música de artistas como Bach, Tchaikovsky, Dukas (el aprendiz de brujo con Mickey Mouse), Stravinsky, Beethoven, Ponchielli, Musorgsky y Schubert.
Personajes tan dispares como Mickey Mouse, Goofy, Popeye y muchos otros nos introdujeron a la música clásica de una manera que ninguna clase universitaria de apreciación musical podría lograr. En nuestra infancia, absorbimos los ritmos de los maestros clásicos y los hicimos parte de nuestra vida.
Cuando escuchamos estas obras maestras, las sentimos porque siempre nos transportan a una época en la que teníamos toda la vida por delante. En nuestras mentes de esa generación, Bugs Bunny, el pato Donald, Porky Pig, Elmer Fudd y otros son, prácticamente hablando, personajes reales porque tan generosamente nos presentaron un tesoro que jamás podrán quitarnos.
– – David Magallanes ofrece información sobre un estilo de vida saludable en su sitio web, Magallanes Wellness Information Center. También es profesor de matemáticas jubilado.
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