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By David Magallanes • Guest contributor
Classical music composers throughout history have taken cues from their own cultural roots. They wove the fabric of their ancient and folk heritages into their music to produce masterful works that resonate with listeners. The composers were influenced by music that stirred their spirits by dint of its power. These compositions are melded together by forces that we dare not try to understand. As we listen to them, we discern the echoes of something that accompanied our ancestors as they danced, prayed, or celebrated. Our DNA is imprinted onto the soul of these classic works.
As a young teenager, Czech composer Antonin Dvorák was sent to live with an uncle to learn German. It should be no surprise that his first composition was a German polka. Subsequently, his works absorbed folk melodies from his beloved Bohemian heritage. His “Slavonic Dances,” a compendium of 16 orchestral pieces, are the delightful result of Dvorák’s Slavic roots. On the other hand, one of his greatest works, the New World Symphony, was influenced by Dvorák’s fascination with African- and Native American melodies.
Aaron Copland, a giant among American composers of the twentieth century, created a sort of “populist” classical music meant to appeal to the young and the middle class. He endured harsh criticism for “dumbing down” classical music for the masses, but his legacy in our musical pantheon endures. His music embodies the melodies of cowboy songs, such as in “Billy the Kid”, Shaker tunes (the Shaker religious denomination is related to the Quakers), as we hear in “Appalachian Spring,” and a pervasive American pastoral backdrop that exemplifies the spirit of our nation like no other. Copland traveled throughout Mexico, giving us his renowned work, “El Salón México.” He formed a friendship that proved influential with Carlos Chávez, one of the great Mexican composers of the time, and to whom we shall return next week.
Likewise, the music of Spain, which through the Conquest influenced the musical heritage of Mexico, is a conglomeration of musical traditions spanning some two thousand years: Andalusian, Moroccan, Sephardic, flamenco, Basque, Romani (gypsy), and Galician. Spain’s music is a veritable amalgam influenced over the centuries by the Visigoths, the French, the Jews, the Portuguese, Romans, Italians, Cubans and Moors. Manuel de Falla, considered one of the premier Spanish composers of classical music, is best known for his work, “El Amor Brujo” (“Bewitched Love”). This piece has strong Andalusian and Romani influences.
The Spanish language, primarily of western Andalucía, made its way into Mexico. So too did the music of Spain. But upon its arrival to the New World, that music was subject to unique, ancient influences that had not touched it before.
We will see the result next week, in Part 2 of this article.
— David Magallanes is a retired college math educator.
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Influencias Culturales en la Música Nacional
Por David Magallanes • Columnista invitado
Los compositores de música clásica a lo largo de la historia se han inspirado en sus propias raíces culturales. Ellos tejieron los hilos de sus herencias antiguas y populares en su música para producir obras maestras que resuenan con los oyentes. Los compositores estaban influenciados por la música que animaba sus espíritus a fuerza de su poder. Estas composiciones están fusionadas por fuerzas que ni nos atrevemos a tratar de comprender. Al escucharlas, discernimos los ecos de algo que acompañó a nuestros antepasados ??mientras bailaban, rezaban o celebraban. Nuestro ADN está grabado en el alma de estas obras clásicas.
Cuando era un joven adolescente, el compositor checo Antonín Dvorák fue enviado a vivir con un tío para aprender alemán. No debería sorprendernos que su primera composición fuera una polca alemana. Posteriormente, sus obras absorbieron melodías populares de su amada herencia bohemia. Sus “Danzas Eslavas,” un compendio de 16 piezas orquestales, son el rico resultado de las raíces eslavas de Dvorák. Por otro lado, una de sus mejores obras, la Sinfonía del Nuevo Mundo, fue influenciada por la fascinación de Dvorák por las melodías de los afroamericanos y los nativos americanos.
Aaron Copland, un gigante entre los compositores estadounidenses del siglo XX, creó una especie de música clásica “populista” destinada a atraer a los jóvenes y a la clase media. Soportó duras críticas por haber “simplificado para las masas” la música clásica, pero su legado en nuestro panteón musical perdura. Su música incorpora las melodías de las canciones vaqueras, como en “Billy the Kid”, las melodías de los Shaker (la denominación religiosa “Shaker” está relacionada con los cuáqueros), como escuchamos en “Appalachian Spring”, y un trasfondo pastoral estadounidense generalizado que ejemplifica el espíritu de nuestra nación como ningún otro. Copland viajó por todo México, entregándonos su reconocida obra, “El Salón México”. Formó una amistad que resultó influyente con Carlos Chávez, uno de los grandes compositores mexicanos de la época, y al que volveremos la semana que viene.
Asimismo, la música de España, que a través de la Conquista influyó en el patrimonio musical de México, es un conglomerado de tradiciones musicales que abarcan unos dos mil años: andaluza, marroquí, sefardí, flamenca, vasca, romaní (gitana) y gallega. La música española es una auténtica amalgama influenciada a lo largo de los siglos por visigodos, franceses, judíos, portugueses, romanos, italianos, cubanos y moros. Manuel de Falla, considerado uno de los principales compositores españoles de música clásica, es mejor conocido por su obra, “El Amor Brujo”. Esta pieza tiene fuertes influencias andaluzas y romaníes.
A medida que el idioma español, principalmente de Andalucía occidental, llegó a México, también lo hizo la música de España. Pero a su llegada al Nuevo Mundo, esa música estuvo sujeta a influencias antiguas y únicas que no la habían tocado antes.
Veremos el resultado la semana que viene, en la segunda parte de este artículo.
– – David Magallanes es un profesor de matemáticas jubilado.
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