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By David Magallanes • Guest contributor
When I was growing up in the 1950s, I observed how my father used his leisure time. He would either make sketches, read books, or work on crossword puzzles from the newspaper. It didn’t occur to me how difficult it must have been for crossword puzzle enthusiasts of that era.
At that time there were no computers, cell phones, Internet, or Google Search. I saw that when my father got stuck coming up with a word for the crossword, he would refer to Webster’s Dictionary, which had the thickness and weight of five bricks, or the stodgy 30-volume set of the Encyclopedia Americana that was proudly arranged over several bookshelves.
The printed encyclopedias and dictionaries at the time were static. As the world and words changed, the thousands of pages in these tomes sat unaltered. You practically had to buy a new dictionary and a whole new set of encyclopedias every couple of years, at enormous cost, just to stay current.
I imagine that as a last resort my father knew that, if necessary, he could drive down to the city library and do the necessary research to find the elusive words he needed to complete the puzzle.
A couple of Christmases ago, one of my sisters sent me a book of crossword puzzles. I myself had very little experience with them, but I delved into these riddles and found that I enjoyed the challenge.
The resources that my father had available to him for help were primitive compared to what I have, literally, at hand. When I don’t know the answer to fill in a word, I try finding the words at right angles that will provide one or more letters for the word I’m seeking, hoping that the correct answer occurs to me.
However, I often cannot bring a word up to the surface of my awareness. But I don’t have to pick up a heavy dictionary or thumb through an encyclopedia for hours to find what I’m looking for. I do what any tech-savvy “boomer” does: I pick up my phone and perform a Google search.
Granted, the crossworders from my father’s generation might scoff at this. They might consider this to be a form of “treason.” I wouldn’t want to confess to them that I sometimes resort to websites that are dedicated to crossword fans looking for a specific phrase.
I learn a lot along the way as I fill in these puzzles. I become more knowledgeable in fields in which I have little background, such as old (and some not-so-old) movies, TV shows, sports, entertainers, plants, animals, archaic words, and sundry facts of all kinds. I sometimes refer to a map (a Google Map, of course) to find an obscure city or river or mountain range. I track down information in Wikipedia articles and pick up new facts along the way. My vocabulary grows with every puzzle.
Forcing me to poke around and come up with answers, every crossword experience becomes a learning adventure.
I figure my father would be either amazed by or disdainful of my generation’s approach to completing crossword puzzles.
I’m hoping that by forcing myself to think logically, such as with crosswords, I can help postpone an inevitable decline in cognitive abilities as I sail into the sunset of my life—or at least into the “late afternoon” of my life.
— David Magallanes is a retired professor of mathematics.
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Crucigramas en la Era Digital
Por David Magallanes • Columnista invitado”
Cuando yo era niño, en la década de 1950, observé cómo mi padre utilizaba su tiempo libre. Hacía bocetos, leía libros o hacía crucigramas del periódico. No se me ocurrió lo difícil que debió ser para los entusiastas de los crucigramas de esa época.
En ese tiempo no había ordenadores, ni teléfonos celulares, ni Internet, ni el buscador de Google. Vi que cuando mi padre se quedaba atascado buscando una palabra para el crucigrama, consultaba el Diccionario Webster, que tenía el grosor y el peso de cinco ladrillos, o la pesada colección de 30 volúmenes de la Enciclopedia Americana que estaba orgullosamente desplegada sobre varias estanterías de nuestra casa.
Las enciclopedias y diccionarios impresos de aquella época eran estáticos. A medida que el mundo y las palabras cambiaron, los miles de páginas de estos tomos permanecieron inalteradas. Prácticamente había que comprar un diccionario nuevo y un conjunto entero de enciclopedias nuevas cada dos años, a un costo enorme, sólo para mantenerse actualizado.
Me imagino que, como último recurso, mi padre sabía que, si era necesario, podía conducir hasta la biblioteca de nuestra vecindad y hacer la investigación necesaria para encontrar las elusivas palabras que necesitaba para completar el rompecabezas.
Hace un par de años, una de mis hermanas me envió un libro de crucigramas. Yo mismo tenía muy poca experiencia con ellos, pero profundicé en estos acertijos y descubrí que disfrutaba el desafío.
Los recursos que mi padre tenía a su disposición para obtener ayuda eran primitivos en comparación con los que tengo yo, literalmente, a mano. Cuando no tengo una palabra que necesito a la mano, intento encontrar las palabras en ángulo recto que proporcionen una o más letras para la palabra que estoy buscando, con la esperanza de que se me ocurra la respuesta correcta.
Sin embargo, a menudo no puedo sacar una palabra a la superficie de mi conciencia. Pero no tengo que ir a buscar un diccionario pesado ni hojear una enciclopedia durante horas para encontrar lo que estoy buscando. Hago lo que hace cualquier “boomer” consciente de la tecnología disponible: agarro mi teléfono y realizo una búsqueda en Google.
Por supuesto, los fanáticos de crucigramas de la generación de mi padre podrían burlarse de esto. Podrían considerar que esto es una forma de “traición”. No quisiera confesarles que a veces recurro a páginas web dedicadas a aficionados a los crucigramas que buscan una frase concreta.
Aprendo mucho a lo largo del camino mientras completo estos crucigramas. Adquiero más conocimientos en campos en los que tengo poca experiencia, como películas antiguas (y algunas no tan antiguas), programas de televisión, deportes, artistas, plantas, animales, palabras arcaicas y diversos hechos de todo tipo. A veces recurro a un mapa (un mapa de Google, por supuesto) para encontrar una ciudad, un río o alguna que otra cadena montañosa. Busco información en artículos de Wikipedia y recojo nuevos datos a lo largo del camino. Mi vocabulario crece con cada rompecabezas.
Al obligarme a hurgar y encontrar respuestas, cada experiencia con un crucigrama se convierte en una aventura de aprendizaje.
Me imagino que mi padre estaría asombrado por o desdeñoso del enfoque de mi generación para completar crucigramas.
Espero que la necesidad de pensar lógicamente, como con los crucigramas, pueda ayudar a posponer una inevitable disminución de las capacidades cognitivas mientras voy dirigiéndome hacia mis años dorados.
– – David Magallanes es un profesor jubilado de matemáticas.
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