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By David Magallanes • Guest contributor
A mortified and remorseful priest who served the Diocese of Phoenix in Arizona for more than two decades resigned from his duties this month. No, he was not embroiled in a sexual abuse case. He had not pilfered any proceeds from contributions to the church. He was not accused of having a flagrant affair with a female parishioner. He was a good man who made an honest mistake. But in the eyes of the Bishop of Phoenix, that error carried huge implications that will reverberate through the congregation for years. The shock waves are no less unsettling than those of a convulsive earthquake.
During his tenure as pastor at St. Gregory Parish, Father Andrés Arango performed thousands of baptisms. However, in all those baptisms, he had replaced one itsy-bitsy but crucial word with another. The formulaic “I baptize you in the name of the Father, etc.” became “We baptize you….”
According to his bishop, this spiritual faux pas, repeated incessantly over twenty years in thousands of baptisms, was unacceptable. Bishop Thomas Olmsted cited the Second Vatican Council and had conferred with the powerful Congregation for the Doctrine of the Faith in Rome. He subsequently proclaimed that all those baptisms were, in effect, null and void. What this means is that all those baptisms would require a “do-over” for any of the recipients who still wanted the promised benefits of the sacrament. Here’s where things get “interesting.”
The ramifications for those who thought they had been baptized—and now realize that they are not—are colossal. Let’s consider, for example, one of these technically unbaptized souls who had grown up and married in the Church. Since they are, according to Catholic doctrine, still in a state of “original sin,” then their marriage is spiritually invalidated (of course, they remain legally married). They must marry again in the Church if they want their marriage to be ecclesiastically recognized.
Worse yet, imagine one of these dubiously baptized children dying (God forbid) before having the opportunity to make up for the bungled ceremony. According to conservative, orthodox Catholic belief, that child’s soul is not eligible to enter heaven. The child would be consigned to an eternity in “limbo,” which is neither heaven nor hell. That is what I learned in catechism class at my Catholic elementary school. However, that harsh and painful teaching has since been disavowed by the Church. But orthodox parents of children who had died would be in torment—and angry—thinking that because of a priest’s liturgical sloppiness, their child had missed the chance, for all eternity, to ever “see God.”
Some 2,000 years ago, the founder of the Catholic Church railed against the “Pharisees” because they strictly and foolishly adhered to Jewish rites and ceremonies without any tolerance whatsoever for error. They were roundly condemned for observing the “letter” of the law rather than its “spirit.” Surely, arguments can be made on both sides, both justifying and vilifying the decision of the bishop with regard to the baptisms.
The letter of the law demands absolute submission to the Doctrine of the Faith. Observation of the spirit of the law, on the other hand, would assure the recipients of these baptisms that the sacrament was conferred in good faith. They would be told that they are indeed baptized, regardless of the Church’s blunder. Church officials would spare them the disappointment, anger, sadness, expense, trauma, and severe disruption of their lives. The Church would bless and embrace them. It would exhort them to do well in a world whose problems are much more serious than a single word that was misspoken.
— Writing services are offered at my website, David Magallanes Writing Services. David Magallanes is a retired college math educator.
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Bautizos: La Letra vs. el Espíritu de la Ley
Por David Magallanes • Columnista invitado
Un sacerdote mortificado y arrepentido que sirvió a la Diócesis de Phoenix en Arizona durante más de dos décadas renunció a sus funciones este mes. No, no estuvo envuelto en un caso de abuso sexual. No había robado las contribuciones a la iglesia. No fue acusado de tener una aventura flagrante con una feligresa. Era un buen hombre que cometió un error honesto. Pero a los ojos del obispo de Phoenix, ese error tuvo enormes implicaciones que repercutirán en la congregación durante años. Las reverberaciones no son menos inquietantes que las de un terremoto convulsivo.
Durante su mandato como párroco en la Parroquia de San Gregorio, el Padre Andrés Arango realizó miles de bautismos. Sin embargo, en todos esos bautismos, había reemplazado una palabra pequeña, pero crucial, con otra. El formulado “Yo te bautizo en el nombre del Padre, etc.” se convirtió en “Nosotros te bautizamos….”
Según su obispo, este paso en falso espiritual, repetido incesantemente durante veinte años en miles de bautismos, era inaceptable. El obispo Thomas Olmsted citó el Concilio Vaticano II y había consultado con la poderosa Congregación para la Doctrina de la Fe en Roma. Posteriormente proclamó que todos esos bautismos eran, en efecto, nulos y sin efecto. Lo que esto significa es que todos esos bautismos requerirían una “repetición” para cualquiera de los bautizados que aún quisieran los beneficios prometidos del sacramento. Aquí es donde las cosas se vuelven “interesantes”.
Las ramificaciones para aquellos que pensaban que habían sido bautizados—y ahora se dan cuenta de que no lo son—son colosales. Consideremos, por ejemplo, una de estas almas técnicamente no bautizadas que creció y se casó en la Iglesia. Dado que, según la doctrina católica, todavía se encuentran en un estado de “pecado original”, entonces su matrimonio queda espiritualmente invalidado (por supuesto, permanecen legalmente casados). Deben volver a casarse por la Iglesia si quieren que su matrimonio sea reconocido eclesiásticamente.
Peor aún, imaginen a uno de estos niños dudosamente bautizados falleciendo (ni lo quiera Dios) antes de tener la oportunidad de compensar la ceremonia fallida. Según la creencia católica conservadora y ortodoxa, el alma de ese niño no es elegible para entrar al cielo. El niño sería consignado a una eternidad en el “limbo”, que no es ni el cielo ni el infierno. Eso es lo que aprendí en la clase de catecismo en mi escuela primaria católica. Sin embargo, esa dura y dolorosa enseñanza ha sido desde entonces repudiada por la Iglesia. Pero los padres ortodoxos de niños que habían muerto estarían atormentados, y enojados, pensando que debido al descuido litúrgico de un sacerdote, su hijito o hijita había perdido la oportunidad, por toda la eternidad, de “ver a Dios”.
Hace unos 2,000 años, el fundador de la Iglesia Católica criticó a los “fariseos” porque se adherían estricta y tontamente a los ritos y ceremonias judíos sin tolerancia alguna por el error. Fueron rotundamente condenados por observar la “letra” de la ley en lugar de su “espíritu”. Seguramente, se pueden hacer argumentos en ambos lados, tanto justificando como denigrando la decisión del obispo con respecto a los bautismos.
La letra de la ley exige sumisión absoluta a la Doctrina de la Fe. La observancia del espíritu de la ley, por otro lado, aseguraría a los recipientes de estos bautismos que el sacramento fue conferido de buena fe. Se les diría que de hecho están bautizados, independientemente del error garrafal de la Iglesia. Los oficiales de la Iglesia les ahorrarían la desilusión, la ira, la tristeza, los gastos, el trauma y la grave interrupción de sus vidas. La Iglesia los bendeciría y abrazaría. Los exhortaría a hacer bien en un mundo cuyos problemas son mucho más serios que una sola palabra incorrecta.
– – Servicios de escritura se ofrecen en mi sitio web, David Magallanes Writing Services. David Magallanes es un profesor de matemáticas jubilado.
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