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By David Magallanes • Guest contributor
The news media and the health establishment continually preach to us about the importance of eating a healthy diet (substantial portions of fresh, seasonal, raw fruits and vegetables, whole grains, and limited red meat intake). A healthy diet, in turn, enhances our lives, allowing us to be more active and productive.
This is all well and good for those who have access to foods that are rich in nutrients and low in fat and calories. But many of us living in this part of California amid agricultural abundance may take for granted the food that is available to us. We may not be fully aware of the “food deserts” [NOTE: not “food desserts”!] scattered throughout many of our neighborhoods. “Food deserts” condemn many of those living in impoverished communities to poor health, sinking them even further into poverty.
Poverty limits access to affordable, nutritious foods. Subsequently, limited access to healthy foods practically guarantees poor nutrition. Diminished health among the poor drives them further into poverty, and the devastating cycle of poverty and ill health thereby flourish.
In poor communities, there are few, if any, retail grocery stores with bins and racks of fresh produce. There are likely few or no farmers’ markets. And even if these sources of healthy food do exist, transportation to them may be limited or out of reach for those without the means to own cars. Taking this one discouraging step further, the lack of access to good food, coupled with a lack of health education, results in increasing rates of obesity and diet-related diseases among the poor. Ingesting a diet based on calorie- and fat-laden snacks and convenience foods from the nearest corner market or gas station is a long, slow suicide of sorts. Such highly processed foods are known to induce unnecessary suffering and premature death.
We can be extremely grateful for the food pantries and their workers (often volunteers) who strive admirably to reduce hunger and improve nutrition in their communities. They prevent the worst imaginable consequence of food insecurity: starvation. However, their resources are limited. The food graciously given to their clients does not necessarily include the freshest, nutrition-rich produce available. The donated food may quash hunger—its primary purpose—but it often fails to support healthy diets. Unfortunately, more and more middle-class (and formerly “middle-class”) families are finding themselves dependent on these food pantries for sustenance, or at least to ease their tight budgets.
There are many government programs, such as WIC (Women, Infants, and Children) Special Supplemental Nutrition, that are in place to fight hunger and disease among the poor and not-so-poor. What is so lamentable is that, in California, the richest state of the richest country in the world, we are struggling to help our poorest keep body and soul together.
We expect more in a country that is, presumably, of the First World.
— Writing services (including proofreading and translations) are offered at my website, David Magallanes Writing Services. David Magallanes is a writer and retired college math educator.
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La Pobreza, Acceso a la Comida, y la Salud
Por David Magallanes • Columnista invitado
Los medios de comunicación y la industria de la salud nos predican continuamente sobre la importancia de llevar una dieta saludable (porciones sustanciales de frutas y verduras frescas, de temporada, crudas, cereales integrales y una ingesta limitada de carne roja). Una dieta saludable, a su vez, mejora nuestras vidas, permitiéndonos ser más activos y productivos.
Todo esto está muy bien para quienes tengan acceso a alimentos ricos en nutrientes y bajos en grasas y calorías. Pero muchos de los que vivimos en esta parte de California en medio de la abundancia agrícola damos por sentado los alimentos que tenemos disponibles. Es posible que no seamos plenamente conscientes de los “desiertos alimentarios” esparcidos por muchos de nuestros vecindarios. Los “desiertos alimentarios” condenan a muchos de los que viven en comunidades empobrecidas a una mala salud, hundiéndolos aún más en la pobreza.
La pobreza limita el acceso a alimentos nutritivos y asequibles. Posteriormente, el acceso limitado a alimentos saludables prácticamente garantiza deficiencias nutritivas. El deterioro de la salud entre los pobres los empuja aún más hacia la pobreza y, por lo tanto, florece el ciclo devastador de pobreza y mala salud.
En las comunidades pobres, hay pocas tiendas de comestibles, si es que hay alguna, con contenedores y estantes de productos frescos. Es probable que haya pocos mercados de agricultores, o ninguno. E incluso si existen estas fuentes de alimentos saludables, el transporte hasta ellas puede ser limitado o fuera del alcance de quienes no tengan los medios para poseer un automóvil. Y por si eso fuera poco, la falta de acceso a la buena comida, junto con la falta de educación para la salud, resulta en un aumento de las tasas de obesidad y enfermedades relacionadas con la dieta entre los pobres. Ingiriendo una dieta basada en bocadillos cargados de calorías y grasas y comidas preparadas en el mercado de la esquina más cercano, o en la estación de gasolina, es una especie de suicidio lento y prolongado. Se sabe que estos alimentos altamente procesados ??provocan sufrimiento innecesario y muerte prematura.
Podemos estar extremadamente agradecidos por las despensas de alimentos y sus trabajadores (a menudo voluntarios) que se esfuerzan admirablemente por reducir el hambre y mejorar la nutrición en sus comunidades. Evitan la peor consecuencia imaginable de la inseguridad alimentaria: las muertes por hambre. Sin embargo, sus recursos son limitados. La comida que se les da gentilmente a sus clientes no incluye necesariamente los productos más frescos y ricos en nutrientes disponibles. La comida donada puede sofocar el hambre, su propósito principal, pero a menudo falla en sustentar dietas saludables. Desafortunadamente, cada vez más familias de la clase media (y las anteriormente de la “clase media”) se encuentran dependiendo de estas despensas de alimentos para su sustento, o al menos para aliviar sus presupuestos ajustados.
Hay muchos programas gubernamentales, como WIC (Women, Infants, and Children, o sea, Mujeres, Bebés y Niños) Nutrición Suplementaria Especial para Mujeres, que se implementan para combatir el hambre y las enfermedades entre los pobres y los no tan pobres. Lo que es tan lamentable es que, en California, el estado más rico del país más rico del mundo, estamos batallando por ayudar a los más pobres a mantener juntos el cuerpo y el alma.
Esperamos más en un país que es, presuntamente, del primer mundo.
– – Servicios de escritura (incluyendo revisión de documentos y traducciones) se ofrecen en mi sitio web, David Magallanes Writing Services. David Magallanes es un escritor y profesor de matemáticas jubilado.
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