By David Magallanes / Guest contributor
It makes me laugh when I think about how a cousin, many years ago, expressed his disdain for my other, closer cousins — as well as for me — in a collegially offensive manner: “They’ve never worked an honest day in their lives.”
This very dear cousin worked hard — that is, he “kept his nose to the grindstone” — in a factory that he and his family had established with their own efforts. I don’t doubt that they deserved all the riches that fell upon them. What didn’t seem right to my cousin was that due to the fact that my other cousins and I did not work with our muscles, making “things,” it seemed to him that we were lazy people, taking advantage of others and of the system, earning ourselves a “comfortable” life without much effort.
It was obvious to me that that side of the family did not value higher education as much as the other branch of the family — the branch that exerted more influence on us, his cousins.
Many people today think that going to college is not worth the effort. Without a doubt, there is much to think about before subjecting oneself to paying off a gigantic loan, which almost seems like a requirement — and even worse, “fashionable” — for our young people and their families. I’ve heard the valedictorians on their graduation day make jokes about the amount of debt under which they are buried alive. And we all laugh, but nervously. Because we know in our hearts what they are talking about. It’s true — the devil we call “debt” can chase them, poking at them with pitchforks, for years — even decades.
How, then, answer to those who declare that college is not worth it — that the economy at this time renders a university degree useless?
The reality is that there are no simple, ready-made answers. The topic is complex. Much depends. On what? Never in my life had I thought that one day I would be struggling with this perplexity.
If the cost were not so high, it would be easy to assure our young people that college is a good investment and that there is no argument: that college indeed trains a person to think logically and that one’s chances of finding oneself comfortably employed the rest of his or her work life are practically guaranteed.
The truth — which our sons and daughters should know — is that if a young person enrolls in a course of technical studies, such as engineering, computers, the sciences, law, business or health, then there are greater chances of being recruited, employed and compensated well, together with an enviable measure of security. Unfortunately, if this young person chooses, on the other hand, one of the branches of the liberal arts (as much as they are crucial to the cultural health of a society), he or she is going to struggle against a society that doesn’t value so much their possible contributions to our humanity, to the welfare of our most disadvantaged people, to those more ethereal topics that enrich us as only the arts can.
But so many people find the mathematics necessary for the more lucrative fields of study so difficult — especially the more advanced forms necessary for so many of the technical jobs. To write and communicate well is another challenge, besides presenting oneself appropriately in an interview. In these cases, without the proper training, the door to many opportunities will be slammed in their faces.
If a young person believes that he or she must go to college to earn a ton of money and live like a king or queen, he or she must think again. In general, it’s possible to earn quite a bit without a college degree — even more than the average university graduate — but it’s necessary to take into account that in that case, one must dedicate oneself to becoming an entrepreneur, and not an employee. There are entrepreneurs who didn’t finish college, or perhaps never went. But for entrepreneurial success, one must commit oneself, anyway, to years of study of concepts that are not even taught in our schools. And failure is unavoidable on the road to success.
From my perspective, apart from the potential earnings, a university education is still worth the effort, assuming that one is capable of taking on the sacrifices, tears and the inevitable burden of debt. A formal college education, especially if it includes a good portion of the liberal arts, allows us to observe the world in a different way, from other vantage points more faceted and less rooted in pettiness. Amongst all of the reasons in favor of higher education, the one that most inspires me, apart from the probability of higher earnings for life, is that we are permitted to leave as a legacy for our children — and for their children — an enriched perspective that will guide them as does a lighthouse for the rest of their lives.
— David Magallanes is a writer, speaker and retired professor of mathematics. You may contact him at adelantos@msn.com
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Por Qué el Colegio Aún Tiene Importancia
Por David Magallanes / Columnista invitado
Me hace reír cuando pienso en las palabras hace muchos años de un primo que expresaba su desdén hacia otros primos más cercanos—tanto como hacia mí—de esta manera colegialmente ofensiva: “Jamás en sus vidas han trabajado un día honesto”.
Este queridísimo primo trabajaba duro—o sea, le “macheteaba”—en una fábrica que él y su familia habían establecido con sus puños. No dudo que merecían todas las riquezas que se les caían encima. Lo que a mi primo no le pareció era que debido a que mis otros primos y yo no trabajábamos con los músculos, fabricando “cosas”, se le hizo como que éramos unos holgazanes, aprovechándonos de los demás y del sistema, ganándonos una vida “cómoda” sin mucho esfuerzo.
Me era obvio que él era de aquel lado de la familia que no valoraba la educación formal tanto como el otro ramo de la familia—el ramo que ejercía más influencia sobre nosotros, sus primos.
Mucha gente hoy en día piensa que ir al colegio no vale la pena. No hay duda, hay mucho que contemplar antes de someterse al saldo de un préstamo gigantesco, lo cual parece casi de rigor—y aún peor, “de moda”—para nuestros jóvenes y sus familias. He escuchado a los oradores en el día de su graduación hacer bromas de la cantidad de deuda bajo la cual van a vivir enterrados. Y todos reímos, pero nerviosamente. Porque sabemos en nuestros corazones a qué se refieren. Es cierto—el diablo que llamamos “la deuda” los puede perseguir, picándolos con su horca, durante años—hasta décadas.
¿Cómo, entonces, contestar a aquellos que claman que el colegio no vale la pena—que la economía en esta época rinde un título universitario inútil?
La realidad es que no hay respuestas hechas y sencillas. El tema es complejo. Mucho depende. ¿De qué? Jamás en mi vida pensaba que algún día yo estaría batallando con esta perplejidad.
Si el costo no fuera tan grande, sería fácil asegurar a nuestros jóvenes que el colegio es una buena inversión, y que no hay disputa: que de hecho el colegio entrena a uno a pensar lógicamente y sus probabilidades de encontrarse cómodamente empleado el resto de sus vidas laborales son prácticamente garantizadas.
La verdad—la que nuestros hijos deberían conocer—es que si un joven se matricula en un curso de estudios técnicos—tal como la ingeniería, computación, las ciencias, derecho, los negocios o la salud—entonces tiene mayores probabilidades de ser reclutado, empleado y bien pagado, junto con una medida envidiable de seguridad. Desafortunadamente, si este joven escoge, al contrario, un ramo de las artes liberales (a pesar de que sean tan cruciales para la salud cultural de una sociedad), va a luchar en contra de una sociedad que no valora tanto sus posibles contribuciones a nuestra humanidad, al bienestar de gente más desaventajada, a los temas más etéreos que nos enriquecen tal como pueden solamente las artes.
Pero a tantas personas les parece tan difícil aprender las matemáticas necesarias para los campos de estudio más lucrativos—sobre todo las más avanzadas necesarias para muchos de los trabajos técnicos. Escribir y comunicar bien es otro reto, además de presentarse apropiadamente en una entrevista. En estos casos, sin el debido entrenamiento, las puertas de muchas oportunidades se les cierran en las narices.
Si una persona joven piensa que necesita ir al colegio para ganar un dineral y vivir como un rey o una reina, hay que recapacitar. En general, es posible ganar bastante sin el título universitario—aún más que el graduado universitario promedio—pero hay que tomar en cuenta que uno, en ese caso, necesita dedicarse a volverse empresario, y no un empleado. Hay empresarios que no terminaron el colegio, o quizás nunca fueron. Pero para el éxito empresarial, uno debe dedicarse, de todos modos, a años de estudio sobre conceptos que ni nos enseñan en nuestras escuelas. Y el fracaso es inevitable en el camino hacia el éxito.
A mi ver, aparte de las ganancias en potencia, una educación universitaria aún vale la pena, suponiendo que uno sea capaz de asumir los sacrificios, las lágrimas y el inevitable cargo de la deuda. Una educación formal, a nivel de colegio—sobre todo si incluye una buena porción de las artes liberales—nos permite observar el mundo de un modo distinto, desde otros puntos de referencia más facetados y menos arraigados en pequeñeces. De entre todas las razones posibles a favor de los estudios más elevados, la que más me inspira, aparte de la probabilidad de mayores ganancias de por vida, es que se nos permite dejar como patrimonio a nuestros hijos—y a los hijos de ellos—una perspectiva enriquecida que los guiará como un faro el resto de sus vidas.
-David Magallanes es un escritor, orador y profesor jubilado de matemáticas. Se puede comunicar con él por e-mail a: adelantos@msn.com