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By David Magallanes • Guest contributor
We hear about a considerable number of people who want to vote Republican in the upcoming election because gas or grocery or home prices are high. They may also believe that there’s an “invasion” of immigrants or that interest rates are too high.
On the other side, we know of some voters who want to vote Democratic all up and down the ballot because they think that “all Republicans” are “extreme,” or because they’re “all a bunch of fascists.”
Throughout history, voting has always been a very emotional exercise. When working Americans who are already struggling are starkly confronted with food prices that increased 21% over the past three years, they’re going to vote viscerally.
When our neighbors find themselves visiting food banks for the first time out of necessity, or when they must reduce their food choices just to afford their other bills, they’re naturally going to be angry. Rational or not, when Americans find themselves having to make such excruciating choices, they are going to blame the administration in power, regardless of whether or not the government has much control over those prices. When families can’t even consider sending their children to college or saving for retirement because of the cost of basic necessities, they are going to vote based on their inevitable outrage.
Politicians understand human behavior at the voting booth. Those trying to win favor will stand in front of a table full of groceries with charts and posters highlighting the inflationary rise of food prices. They will, of course, blame the current administration and clearly imply that “only they can fix it,” if only the people would vote them into office.
But many of the voters who listen to these politicians, along with social media influencers and the more extreme news sources that support their voices, are not considering the larger picture. Voters turn a blind eye to the intricate interconnectedness of issues. It’s easy to accept a juicy sound bite from a talking head on the screen.
Voters may not have the background to understand that if they’re not more careful with their selections on the ballot, things could backfire. Inflation could begin to spiral upward again, possibly higher than before. The job market might collapse. Interest rates could reverse back up just as a “soft landing” is tantalizingly close to being realized.
If we don’t vote wisely, the government agencies that work to keep us safe could be severely restrained or eliminated. Public schools might not be able to carry out the mission with which they have been entrusted throughout American history. Libraries are already closing because they have come under relentless attack by the culture warriors.
An economic war could reverse decades of progress and unleash monetary misery across the globe. Climate change could accelerate, ultimately making our lives unbearable as we are forced to deal with floods, fires, and unrelenting heat waves. Authoritarian governments that see us isolating ourselves from the world stage could be emboldened and do whatever they wish within their own countries and with the rest of the world. Donald Trump has already stated that Russia could to “whatever the hell it wants” with NATO countries who, in his view, don’t do enough for their own defense.
What if we Americans were to choose a more authoritarian cadre of leaders that becomes increasingly tyrannical over time, obliterating the rights of women, minorities, and those within the LGBTQ+ communities? And it’s entirely possible that all middle class and poor Americans will be punched in the gut as corporations are given license to dictate our fate while they merrily reap profits and destroy our environment in the process.
But can that happen here, in the United States of America?
Yes, absolutely. Let there be no doubt. In fact, it’s been happening for a long time. But things could become exponentially worse for Americans—all because we were angry about an increase in grocery prices.
In other words, in an election as important as the one we face in just a few weeks, our destiny, and indeed that of the world, will be determined by the choices that we make. Let’s take some time to attempt to understand the issues that lie beneath the surface—those that are not immediately visible but that could sink our ship if we don’t know how to account for them and navigate around them.
How do we best accomplish this? The best way, perhaps, is to take in the news from various sources and triangulate to gain a richer perspective on the possible outcomes over which we, the people, have enormous control.
— David Magallanes is a retired professor of mathematics.
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Votar “Emocionalmente”
Por David Magallanes • Columnista invitado”
Oímos hablar de un número considerable de personas que quieren votar por los republicanos en las próximas elecciones porque los precios de la gasolina, los alimentos o las viviendas son altos. También pueden creer que hay una “invasión” de inmigrantes o que las tasas de interés son demasiado altas.
Por otro lado, sabemos de algunos votantes que quieren votar por los demócratas en todas las elecciones porque piensan que “todos los republicanos” son “extremistas” o porque “todos son una banda de fascistas”.
A lo largo de la historia, votar siempre ha sido un ejercicio muy emocional. Cuando los trabajadores estadounidenses que ya están pasando apuros se enfrentan crudamente a precios de los alimentos que aumentaron un 21% en los últimos tres años, votarán visceralmente.
Cuando nuestros vecinos se encuentren visitando bancos de alimentos por primera vez por necesidad, o cuando deben reducir sus opciones de alimentos solo para pagar sus otras facturas, naturalmente se enojarán. Racionalmente o no, cuando los estadounidenses se ven en la necesidad de tomar decisiones tan difíciles, van a echar la culpa a la administración en el poder, independientemente de si el gobierno tiene o no mucho control sobre esos precios. Cuando las familias ni siquiera pueden considerar enviar a sus hijos a la universidad o ahorrar para la jubilación debido al costo de las necesidades básicas, van a votar en función de su inevitable indignación.
Los políticos entienden el comportamiento humano en las urnas. Aquellos que intentan ganarse el favor se pararán frente a una mesa llena de comestibles con gráficos y carteles que resaltan el aumento inflacionario de los precios de los alimentos. Por supuesto, echarán la culpa a la administración actual e insinuarán claramente que “sólo ellos pueden arreglarlo”, si tan solo el pueblo los votara para el cargo.
Pero muchos de los votantes que escuchan a estos políticos, junto con los “influencers” de las redes sociales y las fuentes de noticias más extremas que respaldan sus voces, no están considerando el panorama general. Los votantes hacen la vista gorda ante la intrincada interconexión de los temas. Es fácil aceptar un jugoso comentario de un busto parlante en la pantalla.
Los votantes pueden no tener la formación necesaria para comprender que, si no son más cuidadosos con sus selecciones en la boleta, las cosas podrían salir mal. La inflación podría comenzar a subir de nuevo, posiblemente más que antes. El mercado laboral podría colapsar. Las tasas de interés podrían volver a subir justo cuando un “aterrizaje suave” está tentadoramente cerca de concretarse.
Si no votamos sabiamente, las agencias gubernamentales que trabajan para mantenernos seguros podrían verse severamente restringidas o eliminadas. Las escuelas públicas podrían no ser capaces de llevar a cabo la misión que se les ha confiado a lo largo de la historia estadounidense. Las bibliotecas ya están cerrando porque han sido objeto de ataques implacables por parte de los guerreros culturales.
Una guerra económica podría revertir décadas de progreso y desatar la miseria monetaria en todo el mundo. El cambio climático podría acelerarse, haciendo que en última instancia nuestras vidas sean insoportables, ya que nos vemos obligados a lidiar con inundaciones, incendios y olas de calor implacables. Los gobiernos autoritarios que nos ven aislándonos del escenario mundial podrían envalentonarse y hacer lo que quieran dentro de sus propios países y con el resto del mundo. Donald Trump ya ha declarado que Rusia puede hacer “lo que quiera” con los países de la OTAN que, en su opinión, no hacen lo suficiente por su propia defensa.
¿Qué pasaría si los estadounidenses eligiéramos un grupo de líderes más autoritarios que se volvieran cada vez más tiránicos con el tiempo, destruyendo los derechos de las mujeres, las minorías y las personas dentro de las comunidades LGBTQ+? Y es totalmente posible que todos los estadounidenses de clase media y de bajos recursos reciban un puñetazo en el estómago cuando las corporaciones tengan licencia para dictar nuestro destino mientras cosechan alegremente ganancias y destruyen nuestro medio ambiente en el proceso.
Pero ¿puede eso suceder aquí, en los Estados Unidos de América?
Sí, absolutamente. Que no haya duda. De hecho, ha estado sucediendo durante mucho tiempo. Pero las cosas podrían empeorar exponencialmente para los estadounidenses, todo porque estábamos enojados por el aumento en los precios de los alimentos.
En otras palabras, en una elección tan importante como la que enfrentamos en apenas unas semanas, nuestro destino, y de hecho el del mundo, estará determinado por las decisiones que tomemos. Contemplemos los asuntos cruciales para intentar comprender los problemas que yacen debajo de la superficie, aquellos que no son inmediatamente visibles pero que podrían hundir nuestro barco si no sabemos cómo tenerlos en cuenta y sortearlos.
¿Cuál es la mejor manera de lograr eso? La mejor manera, tal vez, sea tomar las noticias provenientes de diversas fuentes y triangularlas para obtener una perspectiva más rica sobre los posibles resultados sobre los cuales nosotros, el pueblo, tenemos un enorme control.
– – David Magallanes es un profesor jubilado de matemáticas.
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