By David Magallanes • Guest contributor
I have to admit that whereas in the past I would not vocalize it even to myself, I had not held video gamers in very high regard. I was the smug boomer who thought (subconsciously, of course) that if my generation could get through life without wasting our time playing these unproductive, irrelevant games, then these mostly young people, especially boys, should stop wasting their time and do something meaningful, if not constructive and worthwhile. I was a curmudgeon at the top of my game, so to speak.
But all that changed over the course of one hour last week—the time it took my 15-year-old grandson to invite me up to his room to share with me his adventures with a popular game on something called an Xbox console. Even the name of the console sounded foreign to me. His mother—my daughter—never took to video games, which were much more primitive when she was in her teen years. So I had little previous exposure to this world which, I had to admit to myself, I suddenly found to be fascinating.
This teen of my flesh and blood, with great enthusiasm, patiently explained to his grandfather the intricacies of the game he was playing, a game imbued with considerable artificial intelligence and a large dollop of human wisdom. The decisions and actions of the characters—several men, women, animals and sundry creatures—were not preordained. The possible outcomes among the characters appeared to be infinitely variable, though that would be an excessive glorification of the technical infrastructure of the game.
The denouement of a particular game—that is, the final outcome after a complex chain of events—depends on choices made by the player (my grandson, in this case) regarding, for example, the personalities or the moral fiber of the characters in the game. As he demonstrated to me a sample game session, I could see that he was learning about the consequences of one’s behavior, as well as how nature deals with our behaviors. Nothing substitutes for life experience, and nothing replaces loving guides and mentors along our path, but I could see that games like this are going to teach young people about the laws that govern our lives possibly more effectively than some churches and schools.
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Videojuegos: Mi Nueva Perspectiva
Por David Magallanes • Columnista invitado
Tengo que admitir que a pesar de que en el pasado no lo vocalizaba ni siquiera para mí, yo no había tenido a los jugadores de juegos de video en muy alta estima. Fui el “boomer” (de la generación nacida entre 1946 y 1964) cascarrabias que pensaba (inconscientemente, por supuesto) que si mi generación pudiera pasar la vida sin perder el tiempo jugando estos juegos improductivos e irrelevantes, entonces estos jóvenes, especialmente los varones, deberían dejar de perder el tiempo y hacer algo constructivo y que valía la pena. Yo era el gruñón más petulante del mundo.
Pero todo eso cambió en el transcurso de una hora la semana pasada, el tiempo que le tomó a mi nieto de 15 años invitarme a su recámara para compartir conmigo sus aventuras con un juego popular en una consola que se llama Xbox. Incluso el nombre de la consola me sonaba extraño. Su madre, mi hija, nunca había acudido a los videojuegos, que eran mucho más primitivos cuando ella estaba en su adolescencia. Así que tuve poca exposición previa a este mundo que, tuve que admitir, de repente me pareció fascinante.
Este adolescente de mi carne y sangre, con gran entusiasmo, le explicó pacientemente a su abuelo las complejidades del juego que estaba jugando, un juego imbuido de considerable inteligencia artificial y una gran cantidad de sabiduría. Las decisiones y las acciones de los personajes, varios hombres, mujeres, animales y diversas criaturas, no estaban predeterminadas. Los posibles resultados entre los personajes parecían ser infinitamente variables, aunque eso sería una glorificación excesiva de la infraestructura técnica del juego.
El desenlace de un juego en particular, es decir, el resultado final después de una compleja cadena de eventos, depende de las elecciones hechas por el jugador (mi nieto, en este caso) con respecto a, por ejemplo, las personalidades o la fibra moral de los personajes en el juego. Cuando me demostró una muestra de una sesión del juego, pude ver que él estaba aprendiendo acerca de las consecuencias de la conducta de uno, y cómo la naturaleza se ocupa de nuestro comportamiento. Nada sirve como sustituto por nuestras experiencias en la vida, y nada reemplaza los guías y mentores que nos aprecian a lo largo de nuestro camino, pero pude ver que juegos como este enseñarán a los jóvenes las leyes que gobiernan nuestras vidas posiblemente más efectivamente que algunas iglesias y escuelas.
— David Magallanes es una guía empresarial para aquellos interesados en explorar las oportunidades que ofrece un negocio en Internet: http://www.facebook.com/ProfessorDavidMagallanes.
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