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By David Magallanes / Guest contributor
My maternal grandfather, Candelario, died only months after I was born. My mother once told me that he had held me in his arms and looked down on me with the love that only grandparents know. I was not close to the other three grandparents while they were alive, so I effectively grew up without grandparents.
For this reason, I cherish the relationship that I continually work to develop with my grandsons—three of them, as of last week. The oldest is now evolving into adolescence—that period when the moods shift as silently and mercurially as the clouds that adorn our planet. He’s known me all his life. I used to read stories to him, and we used to play with action figures and dinosaurs, but now we do math homework and talk about world affairs with my perspective as a “boomer” who grew up shortly after the end of World War II. We go out for walks and we talk. I still get to play on the floor with Hot Wheels race cars and dinosaurs, but now it’s with this teenager’s seven-year-old brother.
Last week, I was blessed with the third grandson, a brother of the two boys. I expect to run through the same routine with him, starting off by holding him and letting him get to know the sound of my voice and my aging face. Soon enough we’ll be playing with cars and toy animals. But will I live long enough to see him grow into a fine young man? Statistically, I stand a pretty good chance of seeing the older boys develop into responsible adults; I could very possibly see them get married and have children (maybe even in that order). And I’m confident that even this newest arrival is destined to spend much more time with me than the few moments I had with my abuelo Candelario.
But I have to be realistic as I peer into the future regarding the youngest boy. As he graduates from high school, I’ll be approaching my 90s, assuming I continue to live healthily and barring any serious accidents or rogue illnesses. As he finishes college and begins to enter middle age, I’ll be daring fate to let me reach the lofty age of 100 so that I can ensure that someday these three young men understand the bravery and the mistakes of their ancestors who preceded me. I want them to be aware of how the vicissitudes of ancestral life, as well as my own decisions, destined them to this time and place. God willing, they will have the chance to do the same for their progeny.
— David Magallanes is a writer, speaker and professor of mathematics.
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Los Lapsos de Tiempo Entre las Generaciones
Por David Magallanes / Columnista invitado
Mi abuelo materno, Candelario, murió pocos meses después de que yo naciera. Me dijo mi mamá que él me había sostenido en sus brazos y que me contemplaba con el amor que solo los abuelos conocen. Apenas conocí a los demás abuelos cuando vivían, así que efectivamente crecí sin abuelos.
Por esta razón, aprecio la relación que voy desarrollando continuamente con mis nietos, ahora tres de ellos, desde la semana pasada. El mayor está evolucionando en su adolescencia, ese período en el que los estados de ánimo cambian tan silenciosa y mercurialmente como las nubes que adornan nuestro planeta. Él me ha conocido toda su vida. Solía ??leerle cuentos, y jugábamos con figuras de acción y dinosaurios, pero ahora hacemos tareas de matemáticas y hablamos sobre temas actuales con mi perspectiva de ser un “boomer” que creció poco después del final de la Segunda Guerra Mundial. Salimos a caminar, y platicamos. Aún puedo jugar en el piso con los autos de carrera “Hot Wheels” y los dinosaurios, pero eso sucede ahora con el hermano de siete años.
La semana pasada, fui bendecido con el tercer nieto, hermano de los dos muchachos. Espero pasar por la misma rutina con él, comenzando por abrazarlo y dejar que conozca el sonido de mi voz y mi rostro que va envejeciendo. Muy pronto estaremos jugando con autos y animales de juguete. Pero ¿viviré el tiempo suficiente para verlo crecer y convertirse en un hombre de bien? Estadísticamente, tengo muchas probabilidades de ver a los niños mayores convertirse en adultos responsables; posiblemente hasta verlos casarse y tener hijos (tal vez incluso en ese orden). Y estoy casi seguro de que este nuevo miembro de la familia estará destinado a pasar mucho más tiempo conmigo que los pocos momentos que tuve con mi abuelo Candelario.
Pero tengo que ser realista mientras miro hacia el futuro con respecto a este niño más joven. A medida que se gradúe de la escuela secundaria, me iré acercando a los 90 años de edad, suponiendo que continúe viviendo de forma saludable y excluyendo cualquier accidente grave o enfermedades clandestinas. Cuando él termine la universidad y comience a entrar en la madurez, le voy a desafiar al destino a que me permita alcanzar la gran edad de 100 años para poder asegurar que estos tres jóvenes algún día comprendan la valentía y los errores de sus antepasados que me precedieron. Quiero que sean conscientes de cómo las vicisitudes de la vida ancestral, así como mis propias decisiones, los ubicó en este sitio y en este tiempo. Dios mediante, ellos tendrán la oportunidad de hacer lo mismo con sus descendientes.
— David Magallanes es un escritor, orador y profesor de matemáticas.
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