Bilingual commentary — The Dangers of Populism

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By David Magallanes • Guest contributor

Until almost 10 years ago, “populism” was not a major political force in American politics. Some might consider the Obama years to have represented a benign form of modern nascent populism with its appeal to a younger, more progressive segment of our population. For this group, Barack Obama offered “hope” that a country such as ours, burdened by a racist past, could once and for all dismantle the invisible wall that previously had protected the privileged centers of power in this country.

Populism is meant to appeal to the “common folk.” Part of its job is to criticize the “elites” who supposedly disdain the very people whose economic output keeps the country prosperous and competitive. Populist leaders walk confidently onto the political stage and proclaim themselves to be champions of the people, promising the “ignored” working class that under their leadership, “the people” will have a major influence on the levers of power that will restore their relevance and dignity. Those who feel that they are members of the “forgotten masses” will find resonance with the voices of populist candidates who promise them more than can ever be delivered. 

Economics is a major component of populism. The collateral damage brought about by globalization leaves many workers feeling economically crippled. The job losses and wage stagnation that result from aggressive globalization awaken workers’ awareness of their marginalization. These workers tune in to the populist candidates who promise economic salvation, particularly when these workers’ skills are sought in remote locations around the world where wages are paltry compared to ours. 

The workers who believe that their livelihoods are threatened often dismiss the damaging impact that the populist’s international strategies will have on their lives. The populist’s followers tend to focus only on the touted domestic policies and fail to see the bigger picture. Threats to our security that originate on the other side of the world are ignored as the price of eggs at the supermarket becomes a sore point that has people rooting, and voting, for the populist candidate. 

Over the past decades, some Americans have sensed that the promotion of cultural diversity threatens their cultural identity and position of privilege. Populists know precisely how to exploit these fears by channeling them into a cauldron of hate and suspicion of “outsiders.” Immigrants, just as we have seen throughout the last few election cycles, become the targets of abhorrent, vicious, and offensive rhetoric.

Another hallmark of populism is distrust in traditional institutions that were created to protect Americans. For example, lately, we have witnessed attacks by conservative politicians on institutions that shield us from misinformation, financial exploitation, criminal behavior, losses due to natural disasters, and threats to public health. Just during the past few years, we have seen such attacks on traditional media, the Federal Reserve, the Department of Justice, the Federal Emergency Management Agency (FEMA), and the Centers for Disease Control (CDC).

The promise of populism is intoxicating. Easy solutions are offered for complex issues that are reduced to simple problems and that only the populist leader can “fix.” The populist’s opponents are scorched by vilifying rhetoric that demeans and dehumanizes them. The objective of the populist is to generate social unrest, anger, and hatred. A corollary to the populist’s pursuits is the concentration of power and the destruction of democratic norms that traditionally serve as guardrails. These protective barriers were designed to safeguard free speech and individual freedom, two bedrocks of the Constitution of the United States. 

Economic, cultural, and political discontent provides the fuel for malignant populism. The scourge of highly divisive populism can only be quelled by a more inclusive and responsive approach to governance. If nothing else, perhaps our current experience with extreme populism will enlighten us and guide us toward the objective of the “more perfect Union” that was addressed in the preamble of our Constitution. 

David Magallanes is a retired professor of mathematics.

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Los Peligros del Populismo

Por David Magallanes • Columnista invitado

Hasta hace casi diez años, el “populismo” no era una fuerza política importante en la política estadounidense. Algunos podrían considerar que los años de la administración Obama representaron una forma benigna de populismo naciente moderno con su atractivo para un segmento más joven y progresista de nuestros paisanos. Para este grupo, Barack Obama ofreció “esperanza” de que un país como el nuestro, lastrado por un pasado racista, podría de una vez por todas desmantelar el muro invisible que anteriormente había protegido los centros privilegiados de poder en este país.

El populismo está destinado a atraer a la “gente común”. Parte de su trabajo es criticar a las “élites” que supuestamente desdeñan a las mismas personas cuyo rendimiento económico mantiene al país próspero y competitivo. Los líderes populistas caminan con confianza en el escenario político y se proclaman campeones del pueblo, prometiendo a la clase trabajadora “ignorada” que, bajo su liderazgo, “el pueblo” tendrá una gran influencia en las palancas del poder que restaurarán su relevancia y dignidad. Los que se sienten miembros de las “masas olvidadas” encontrarán eco en las voces de los candidatos populistas que les prometen más de lo que jamás podrán cumplir.

La economía es un componente importante del populismo. Los daños colaterales que trae consigo la globalización dejan a muchos trabajadores con una sensación de paralización económica. Las pérdidas de empleos y el estancamiento salarial que resultan de la globalización agresiva despiertan en los trabajadores la conciencia de su marginación. Estos trabajadores sintonizan con los candidatos populistas que prometen salvación económica, en particular cuando las habilidades de estos trabajadores se buscan en lugares remotos alrededor del mundo donde los salarios son insignificantes en comparación con los nuestros.

Los trabajadores que creen que sus medios de vida están amenazados a menudo desestiman el impacto dañino que las estrategias internacionales del populista tendrán en sus vidas. Los seguidores del populista tienden a centrarse sólo en las políticas nacionales promocionadas y no ven el panorama general. Las amenazas a nuestra seguridad que se originan al otro lado del mundo son ignoradas mientras el precio de los huevos en el supermercado se convierte en un punto delicado que hace que la gente apoye y vote por el candidato populista.

En las últimas décadas, algunos estadounidenses han percibido que la promoción de la diversidad cultural amenaza su identidad cultural y su posición de privilegio. Los populistas saben exactamente cómo explotar estos temores canalizándolos hacia un hervidero de odio y sospecha hacia los “fuereños”. Los inmigrantes, tal como hemos visto en los últimos ciclos electorales, se convierten en el blanco de una retórica aborrecible, cruel y ofensiva.

Otra característica del populismo es la desconfianza en las instituciones tradicionales que se crearon para proteger a los estadounidenses. Por ejemplo, últimamente hemos sido testigos de ataques de políticos conservadores a instituciones que nos protegen de la desinformación, la explotación financiera, la conducta delictiva, las pérdidas debidas a desastres naturales y las amenazas a la salud pública. Tan solo en los últimos años, hemos visto ataques de este tipo a los medios tradicionales, la Reserva Federal, el Departamento de Justicia, la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) y los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC).

La promesa del populismo es embriagadora. Se ofrecen soluciones fáciles para cuestiones complejas que se reducen a problemas simples y que sólo el líder populista puede “arreglar”. Los opositores del populismo son denigrados por una retórica vilipendiosa que los degrada y deshumaniza. El objetivo del populismo es generar malestar social, ira y odio. Un corolario de sus actividades es la concentración de poder y la destrucción de las normas democráticas que tradicionalmente sirven como barandillas protectoras. Estas barreras protectoras fueron diseñadas para salvaguardar la libertad de expresión y la libertad individual, dos pilares de la Constitución de los Estados Unidos.

El descontento económico, cultural y político alimenta el populismo maligno. El flagelo del populismo altamente divisivo solo puede ser sofocado con un enfoque más inclusivo y receptivo a la gobernanza. Como mínimo, tal vez nuestra experiencia actual con el populismo extremo nos ilumine y nos guíe hacia el objetivo de la “Unión más perfecta” que se menciona en el preámbulo de nuestra Constitución.

– – David Magallanes es un profesor jubilado de matemáticas.

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