Bilingual commentary: Reactions to the Homeless

By David Magallanes / Guest contributor

David Magallanes

It was like being at a cocktail party, listening to an animated, passionate conversation among a group of people about a “hot button” topic: the homeless. But I wasn’t actually at a party. Rather, I am part of an Internet social media network for people in the local neighborhoods of my area. I was fascinated by the variety of comments about a particular purportedly homeless young man that most of us had seen as he stood at his “station” day after day, with the requisite sign and puppy, dressed in the attire of a person desperately in need.

What started the conversation was a report by one of the members of the community, saying that she had seen this young man get out of his car in an adjacent parking lot, change into his “homeless suit,” and then proceed to stand by the street to gain people’s sympathy as well as, he obviously hoped, their money. That one report produced well over a hundred comments, far more than I had ever seen any one topic generate. It evidently got the community’s attention, stirring their passions, biases and prejudices. It was like walking into that cocktail party and starting a conversation about abortion or politics. People’s deepest emotions emerge when such topics are discussed, and it’s not always pretty to witness.

On the one hand were the sympathizers of this young man’s plight and the circumstances that would lead him to stand in the sun all day and beg for money. On the other were those whose emotions bordered on hatred for these kinds of lazy “scumbags” and their “criminal behavior.” Some of the commenters wanted someone to post pictures so that the young man’s image would go “viral.” One of the participants in the conversation claimed to have “played” with the beggar by deceptively offering him work (for far less money than he was already likely earning), which of course was refused, which of course was then offered as “proof” of this man’s laziness and dishonesty. Some of the people wanted to alert the police, as if the young man were engaged in illegal activity. There was some measure of paranoia when some in the group reported that they had changed their schedule to avoid parking anywhere near him lest he note their license plates. Some of those involved in this conversation began insulting those who did not agree with them. There were the usual mean and abusive “trolls” among my neighbors, a lamentably common element in social media conversations. Some of the comments were erudite; others were barely intelligible due to the mangled grammar and spelling.

It’s obvious that there are those who consider panhandling as a vocation of sorts. It’s potentially lucrative for those who are content with a “gig” that affords a minimal lifestyle. As long we’ve had them on the street (since the beginning of time), there have been people who gain fulfillment by giving to them. So there exists this symbiotic relationship between street beggars who shun “honest work” and their sympathizers who are more than willing to help support that lifestyle.

Should we give money to the homeless, or to those who pretend to be? Are we helping them or are we enabling them in something that is ultimately destructive for them? The best general advice I’ve seen is that if we truly want to help deserving homeless individuals, then we donate our money, time and other resources to the agencies whose very purpose is to give a hand up rather than a handout. These organizations know the difference between those who are truly in need of assistance and those who only pretend to be.

— David Magallanes is a writer, speaker and professor of mathematics.

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Reacciones Provocadas por los Indigentes

Por David Magallanes / Columnista invitado

Era como estar en un coctel, escuchando una conversación animada y apasionada entre un grupo de personas acerca de un tema provocativo: los indigentes en la calle. Pero en realidad yo no estaba en una fiesta. Más bien, soy miembro de una red social de Internet para las personas en los barrios locales de mi área. Me quedé fascinado por la variedad de comentarios sobre un joven supuestamente indigente que la mayoría de nosotros habíamos visto mientras él se paraba en su “estación” día tras día, con el requisito letrero y perrito, llevando el uniforme de una persona desesperadamente necesitada.

Lo que inició la conversación fue el informe de uno de los miembros de la comunidad, diciendo que había visto a este joven salir de su coche en un estacionamiento adyacente, cambiarse a su “traje de indigente”, y luego pararse junto a la calle para ganar tanto la simpatía como, naturalmente, el dinero de la gente. Ese informe produjo más de cien comentarios, mucho más de lo que jamás había visto generar ningún otro tema. Evidentemente llamó la atención de la comunidad, agitando sus pasiones, predisposiciones y prejuicios. Fue como entrar en ese coctel y comenzar una conversación sobre el aborto o la política. Las emociones más profundas de la gente surgen cuando se discuten tales asuntos, y no siempre es agradable ser testigo de estas conversaciones.

Por un lado estaban los simpatizantes de la situación de este joven y las circunstancias que lo llevarían a estar bajo el sol todo el día, pidiendo dinero. Y por otro lado, aquellos cuyas emociones lindaban con el odio por este tipo de “patanes” perezosos y su “comportamiento criminal”. Algunos de los comentaristas querían que alguien publicara imágenes para que esa imagen del joven se esparciera por toda la comunidad. Uno de los participantes en la conversación afirmó haber “jugado” con el mendigo ofreciéndole engañosamente un trabajito (por una cantidad de dinero muy por debajo de lo que él ya estuviera ganando), que por supuesto él rechazó, lo que por supuesto seguidamente se ofreció como “prueba” de la pereza y deshonestidad de este hombre. Algunas de las personas en el grupo querían llamar a la policía, como si el joven estuviera involucrado en actividades ilegales. Había cierta medida de paranoia cuando algunos en la conversación informaron que habían cambiado su horario para evitar estacionar sus carros en cualquier lugar cerca del joven para que él no pudiera fijarse en sus placas de matrícula. Algunos de los involucrados en esta conversación comenzaron a insultar a aquellos que no estaban de acuerdo con ellos. Había los típicos y abusivos “troles” entre mis vecinos, un elemento lamentablemente común en las conversaciones de las redes sociales. Algunos de los comentarios fueron eruditos; otros eran apenas inteligibles debido a la retorcida gramática y ortografía.

Es obvio que hay quienes consideran la mendicidad como una especie de vocación. Es potencialmente lucrativo para aquellos que están contentos con un tipo de trabajo que ofrece un estilo de vida mínimo. Desde que los hemos tenido con nosotros en la calle (desde principios de la historia), ha habido personas que se sienten obligados a regalarles dinero. Así que existe esta relación simbiótica entre los mendigos callejeros que evitan el “trabajo honesto” y sus simpatizantes que están más que dispuestos a hacer su parte para apoyar ese estilo de vida.

¿Deberíamos regalar nuestro dinero a las personas sin hogar, o a quienes pretenden serlo? ¿Los estamos ayudando o estamos permitiéndoles algo que es, en última instancia, destructivo para ellos? El mejor consejo general que he escuchado es que si realmente queremos ayudar a las personas verdaderamente merecedoras de nuestra ayuda, entonces donamos nuestro dinero, tiempo y otros recursos a las agencias cuyo propósito es dar una mano más bien que un puño de monedas.

— David Magallanes es un escritor, orador y profesor de matemáticas.

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