Bilingual commentary — Meeting Our Ancestors

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By David Magallanes • Guest contributor

Our great-grandparents would never recognize the world in which we live. How could we ever explain to them instant worldwide communication via satellite, social media, or contemporary U.S. politics, for that matter?

I began pondering this question after reading a novel—an old-fashioned book, no less. I often visit the downtown library in Oxnard and select a book in Spanish, the language of my ancestors, just to maintain my Spanish language skills. The title caught my eye: “Un Verano Italiano,” by author Rebecca Serle.

The story is about a young woman, “Katy,” thirty-ish, recently married, who is grieving the loss of her mother. She thought the world of her mother, Carol, and was emotionally very close to her. When Carol died from cancer, Katy was devastated. Her grief was overwhelming, leading her to go alone on a trip to Italy that she and her mother had previously planned to take together. 

While in Italy, drowning her sorrow in tours and alcohol, she unexpectedly met her mother when her mother was quite young. Her mother had in fact been at that location in Italy when she was younger—about Katy’s age. The time-space continuum had been breached.

In the closing pages of the story, Katy acquires a deep appreciation for the connections she has with her parents and ancestors in general. Perhaps we might consider acquiring that same appreciation for our own parents and ancestors, whether they are here with us in the present or have moved on to “greener pastures.” 

Suppose that in a future we cannot even imagine we were able to conjure our great-great-great grandfather or -grandmother and invite them to have coffee or a refreshing drink with us—just to talk. This kind of meeting could prove much more valuable than reading self-help books or visiting our therapist.

We would gain an enormous amount of knowledge about our roots, our personality, our destiny. We would probably also share some good laughs with our relatives whose souls left this plane long ago.

Let’s consider for a moment what it might be like to meet up with a great-grandfather at a nearby coffee shop. As you approach, you see him sitting there, bewildered. 

He would not be able to understand the things that we take for granted: online pickup, the cards that are being swiped, the young people behind the counter using scan devices, signs that announce the Wi-Fi password and that display mysterious QR code patterns. Not that long ago those patterns were incomprehensible even to many of us in the modern world.

Even more baffling for this ancestor is the sight of customers around him using cell phones. “Who in the world are they talking to?” he might ask. He might think that they’re insane. He might deem the devices almost “diabolical” when I tell him that in fact they could be talking to anyone who is anywhere in the world. And that they can watch movies on these devices. And that they can instantly reach out to any or all of their friends at any time of the day or night.

Or suppose we’ve arranged to meet with a great-great-grandmother. She would be dressed in clothes that would have people thinking she was an actress dressed to play a part, or that she was headed toward a costume party. 

The modest dress she’s wearing, with a high neckline and long sleeves, is made of heavy fabric and features lace and ruffles. Her style contrasts jarringly with the casual, uncovered—“indecent,” she would say—clothing of the young women in her midst. I might have to explain that she need not feel sorry for the young women in shredded jeans—that they’re not poor, but rather, they are “fashionable.”

Apart from the fascinating conversations in which we try to explain modern culture to our beloved ancestors, we would likely experience moments of profound insight into the roots of our own personality. We would undoubtedly understand more clearly our family’s customs, ways of speaking, and religious or secular practices that began long before our parents were born. 

Only our ancestors could provide us with first-hand accounts of their triumphs, struggles and resilience in the face of daunting challenges. After conversing with them, we would walk away with a sharpened appreciation for the historical, cultural, geopolitical, and emotional forces that shaped the person that we have become.

David Magallanes is a retired professor of mathematics.

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Conocer a Nuestros Antepasados

Por David Magallanes • Columnista invitado

Nuestros bisabuelos nunca reconocerían el mundo en el que vivimos. ¿Cómo podríamos explicarles la comunicación instantánea a través de satélites, redes sociales o la política contemporánea de Estados Unidos, para el caso?

Empecé a reflexionar sobre esta pregunta después de leer una novela en forma de libro tradicional. A menudo visito la biblioteca del centro de Oxnard y selecciono un libro en español, el idioma de mis antepasados, solo para mantener mis habilidades en el idioma. El título me llamó la atención: “Un verano italiano”, de la autora Rebecca Serle.

La historia trata de una mujer joven, “Katy”, de unos treinta años, recientemente casada, que está de duelo por la pérdida de su madre. Ella apreciaba mucho a su madre, Carol, y estaba emocionalmente muy unida a ella. Cuando Carol murió de cáncer, Katy quedó devastada. Su dolor era abrumador, lo que la llevó a emprender sola un viaje a Italia que ella y su madre habían planeado previamente hacer juntas.

Mientras estaba en Italia, ahogando su dolor en alcohol y recorridos turísticos, conoció inesperadamente a su madre cuando esta era bastante joven. De hecho, su madre había estado en ese mismo lugar de Italia cuando era más joven, más o menos de la edad de Katy. El espacio-tiempo se había perforado.

En las páginas finales de la historia, Katy adquiere un profundo aprecio por las conexiones que tiene con sus padres y antepasados ??en general. Tal vez podríamos adquirir ese mismo aprecio por nuestros propios padres y antepasados, ya sea que estén aquí con nosotros en el presente o se hayan ido a “pastos más verdes”.

Supongamos que en un futuro que ni siquiera podemos imaginar pudiéramos conjurar a nuestro tatarabuelo o tatarabuela e invitarlos a tomar un café o una bebida refrescante con nosotros, solo para platicar. Este tipo de encuentro podría resultar mucho más valioso que leer libros de autoayuda o visitar a nuestro terapeuta.

Adquiriríamos una enorme cantidad de conocimiento sobre nuestras raíces, nuestra personalidad, nuestro destino. Probablemente también compartiríamos algunas buenas risas con nuestros parientes cuyas almas abandonaron este plano hace mucho tiempo.

Pensemos por un momento en cómo sería encontrarse con un bisabuelo en una cafetería cercana. Al acercarse, lo verías sentado allí, desconcertado.

Él no sería capaz de comprender las cosas que nosotros damos por sentadas: la recogida de encargos en línea, las tarjetas que pasamos por la máquina, los jóvenes detrás del mostrador que utilizan dispositivos de escaneo, los carteles que anuncian la contraseña del wifi y que muestran misteriosos patrones de códigos QR. Hace poco que esos patrones eran incomprensibles incluso para muchos de nosotros en el mundo moderno.

Aún más desconcertante para este antepasado es ver a los clientes a su alrededor usando teléfonos móviles. “¿Con quién carambas están hablando?”, podría preguntar. Podría pensar que están locos. Podría juzgar que los dispositivos son casi “diabólicos” cuando le digo que, de hecho, podrían estar hablando con cualquier persona en cualquier parte del mundo. Y que pueden ver películas en estos dispositivos. Y que pueden comunicarse instantáneamente con cualquiera o todos sus amigos en cualquier momento del día o de la noche.

O supongamos que nos las hayamos arreglado para encontrarnos con una tatarabuela. Ella lleva ropa que haría pensar a la gente que es una actriz vestida para interpretar un papel o que se dirige a una fiesta de disfraces.

El vestido recatado que lleva, con cuello alto y mangas largas, está hecho de tela pesada y presenta encaje y volantes. Su estilo contrasta de manera desconcertante con la ropa informal y descubierta —“indecente”, diría ella—de las jóvenes que la rodean. Tal vez tenga que explicarle que no tiene por qué sentir pena por las jóvenes de pantalones vaqueros cortados en tiras: que no son pobres, sino que están “a la moda”.

Además de las fascinantes conversaciones en las que tratamos de explicar la cultura moderna a nuestros queridos antepasados, probablemente viviríamos momentos de profunda comprensión de las raíces de nuestra propia personalidad. Sin duda entenderíamos más claramente las costumbres, las formas de hablar y las prácticas religiosas o seculares de nuestra familia que comenzaron mucho antes de que nacieran nuestros padres.

Solo nuestros antepasados ??podrían proporcionarnos relatos de primera mano de sus triunfos, luchas y resiliencia frente a desafíos abrumadores. Después de conversar con ellos, nos iríamos con una apreciación más profunda de las fuerzas históricas, culturales, geopolíticas y emocionales que moldearon a la persona en que nos hemos convertido.

– – David Magallanes es un profesor jubilado de matemáticas.

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