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By David Magallanes / Guest contributor
This past Christmas was one of the most special of my entire life. It wasn’t by any means the Christmas most enthusiastically celebrated. In fact, I couldn’t really go anywhere or do too much. I was recovering from yet another shoulder surgery — my second in four years, though this time it was the other shoulder. I seem to have a penchant for growing bone spurs in the shoulders that tend to dig into the soft tissues when I start moving the arms, something I tend to do quite often, as when I’m running or teaching in the classroom or ballroom dancing with a woman in my arms.
But I digress. Let us return to my home on Christmas evening, when my daughter, my son-in-law and their two boys — my grandsons— came by to spend some time with me. The time that they gave me would have been gift enough, but there was more. My daughter gave me a Barnes & Noble Nook Reader, something that brings her dad, manufactured in the mid-20th century, squarely into the 21st. I need no longer accumulate stacks of books that occupy a fair amount of space in my home library. My library will now expand virtually, in cyberspace.
She absolutely loved what I gave her: a heart-shaped pendant encrusted with her birthstone and inscribed with both her name in front and the words “My Daughter Forever” along the edge. But she outdid me. I felt that my thirty years of loving her as my daughter culminated in an exchange of gifts that proved our mutual father-daughter affection for each other.
I received from her a book (this one was paper) entitled, Why A Daughter Needs A Dad—100 Reasons, by Gregory E. Lang. The book is published with one hundred snapshots — one for each “reason.” Over a period of months my daughter, Amanda, had written on the pages of the book her thoughts and memories for each of the reasons. I was overwhelmed with emotion though I maintained a calm semblance.
This Christmas made me feel that I am a very fortunate man, indeed.
— David Magallanes is a writer, speaker and retired professor of mathematics. You may contact him at adelantos@msn.com.
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Regalos Navideños Entre Padre e Hija
Por David Magallanes / Columnista invitado
Esta última navidad fue uno de los más especiales de toda mi vida. No fue, de ninguna manera, la navidad más entusiasmadamente celebrada. De hecho, no pude de verdad ir a ningún lado, ni hacer mucho. Me estaba recuperando otra vez más de otra cirugía en el hombro—la segunda en cuatro años, aunque esta vez fue el otro hombro. Tal parece que tengo una predilección por los aguijones huesudos en los hombros, los cuales tienen la tendencia de hundirse en los tejidos blandos cuando empiezo a mover los brazos, algo que hago bastante seguido, por ejemplo cuando estoy corriendo, o enseñando en un salón de clase, o bailando con una mujer entre mis brazos.
Pero me estoy desviando del tema. Regresemos a mi hogar la noche de navidad cuando vinieron a pasar algún tiempo conmigo mi hija, mi yerno y los dos muchachos de ellos, o sea, mis nietos. El tiempo que me concedieron hubiera sido un regalo bastante formidable, pero había aún más. Mi hija me regaló un lector electrónico—un “Nook” de Barnes & Noble que me permite leer libros digitales. Fue un regalo que trae a su papá, fabricado a medios del siglo 20, firmemente hasta el siglo 21. Ya no necesito acumular libros en las estanterías de la casa, las cuales ocupan bastante espacio. Mi biblioteca, de ahora en adelante, se ampliará virtualmente, en el ciberespacio.
Ella se volvió loca por lo que yo le regalé: un pendiente en forma de corazón, incrustado con su piedra de nacimiento, con su nombre en frente y las palabras “Mi Hija Para Siempre” grabadas a lo largo de la orilla de la joya. Pero ella me ganó. Tuve la impresión de que los treinta años hasta la fecha que yo la amaba culminaron en un intercambio de regalos que comprobó nuestro afecto mutuo del uno para el otro.
Yo recibí de ella un libro (este fue de papel) titulado, Porque Una Hija Necesita Un Papá—100 Razones, por Gregory E. Lang. El libro es publicado con cien fotos—una por cada “razón”. A través de un periodo de varios meses, mi hija, Amanda, había apuntado en el libro sus pensamientos y recuerdos para cada una de las razones. La emoción me abrumó aunque mantuviera una apariencia calmada.
Esta navidad me hizo sentir que, efectivamente, soy un hombre bastante afortunado.
– David Magallanes es un escritor, orador y profesor jubilado de matemáticas. Se puede comunicar con él por e-mail a: adelantos@msn.com
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