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By David Magallanes / Guest contributor
Those of us who are older, who have the perspective of seeing decades of change in the technology that governs our daily lives, are more keenly aware of the incessant, glorious and simultaneously devastating march of progress. We have seen the steamroller of time that crushes what is beneath it, in the past, even as it prepares the foundation for something greater and more wondrous for the future.
It would be fantasy to believe that the pace of these inexorable changes will somehow slacken; on the contrary, change is accelerating, and many of us—including our children—are not planning accordingly.
We no longer have to walk up to a human bank teller just to conduct simple money transactions. No longer must we interact with checkers at the grocery store—we can check our own groceries. We don’t have to visit a travel agency to buy train or airline tickets, or approach a box office to buy tickets for a movie or event. We don’t have to wait for a librarian to check out our books, or talk with an operator to place a long-distance call. Video rental stores have come and gone as new technology washes over us. Paper maps that we all relied on at one time now seem as ancient as the Dead Sea Scrolls. College students no longer have to walk into the cacophony of a cavernous, confusing auditorium to select and present IBM punched cards to register for their classes, as I once had to.
At this time, Google’s built-in artificial intelligence seems to know what we’re searching for even before we finish telling it. We brace ourselves for the appearance of driverless cars on the road as professional drivers begin to fret about their future. Many of the manufacturing jobs that once upon a time provided dependable, steady employment have evaporated from our economy.
The point of all this? I believe we have to be careful what we ask for. Many of us are desirous of seeing workers paid a “fair wage,” affording them the ability to support their families, even if it means tinkering with a delicate economic balance. But the relentless accelerating pace of modernization in the very fabric of everyday life might suggest that we don’t do too much to encourage businesses to further automate, further replace workers with computers or robots or smart cars, or simply pack up and leave. If that were to happen, the “working poor”—those workers who struggle to survive—would be denied the very help we were so eagerly hoping to provide to them.
— David Magallanes is a writer, speaker and network marketer consultant. You may visit his web site, dedicated to honoring daughters and keeping them healthy, at www.roses4daughters.com. You may contact him through e-mail at dmagallanes@roses4daughters.com.
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Salario Justo: Seamos Cautelosos
Por David Magallanes / Columnista invitado
Nosotros que ya hemos vivido muchos años, quienes tenemos la perspectiva de las décadas de cambios en la tecnología que gobierna nuestras vidas diarias, somos más intensamente conscientes de la interminable, gloriosa y simultáneamente devastadora marcha del progreso. Habremos visto la apisonadora que es el tiempo, machucando todo que esté abajo, en el pasado, aun mientras prepara los cimientos para algo más grande y maravilloso para el futuro.
Sería pura fantasía creer que el paso de estos cambios implacables de alguna manera se afloje; al contrario, los cambios se están acelerando, y muchos entre nosotros—incluyendo a nuestros hijos—no nos estamos preparando adecuadamente.
Ya no tenemos que acudir a un cajero en el banco para simplemente hacer transacciones sencillas. Ya no es necesario tener tratos con los cajeros de tienda—podemos registrar nuestros propios abarrotes. Ya no tenemos que ir a una agencia de viajes para comprar boletos para el tren o el avión, ni a una taquilla para ir al cine o a un evento. Ya no tenemos que esperar a que una bibliotecaria registre nuestros libros, ni hablar con una operadora para hacer una llamada de larga distancia. Mapas de papel, que todos usábamos en el pasado, ahora parecen tan ancianos como los Manuscritos del Mar Muerto. Los estudiantes universitarios ya no tienen que entrar en la cacofonía de un auditorio cavernoso y confuso con el fin de seleccionar and presentar tarjetas perforadas IBM para inscribirse en sus clases, tal y como yo tenía que hacerlo.
En la actualidad, la inteligencia artificial incorporada en los sistemas de Google parece saber de antemano para qué estamos buscando aun antes de que terminemos de decirle. Nos estamos preparando con cierta ansiedad para la introducción de vehículos auto-conducidos sobre nuestros caminos, lo que preocupa a los conductores y camioneros profesionales. Muchos de los puestos de trabajo en la industria manufacturera que había una vez proveyeron carreras fiables y permanentes se han esfumado de nuestra economía.
¿Y cuál es el chiste de todo esto? Creo que tenemos que andar con pies de plomo cuando pedimos algo. Muchos deseamos que a los trabajadores se les pague un “salario justo”, ofreciéndoles la oportunidad de sostener a sus familias, aun si eso significa tocar peligrosamente el delicado balance económico. Pero es posible que el paso incesante y acelerador de la modernización en la mera estructura de la vida cotidiana sugiera que no hagamos demasiado para alentar a los negocios a automatizar aún más, a reemplazar a sus trabajadores con computadoras o autómatas o carros inteligentes, o simplemente a hacer sus maletas y alejarse para siempre. Si eso sucede, los “trabajadores pobres”—esos trabajadores que luchan por sobrevivir—se privarían de la misma ayuda que tan ansiosamente esperábamos proveerles.
— David Magallanes es un escritor, orador y consultor de mercadeo por las redes sociales. Usted puede visitar su sitio cibernético, dedicado a la honra y la salud de nuestras hijas, en www.roses4daughters.com. Se puede comunicar con él por e-mail a: dmagallanes@roses4daughters.com.
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