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By David Magallanes • Guest contributor
For my two older grandsons, living and playing online is nothing novel, even in the face of this “novel” coronavirus. Several years ago, I saw them playing high-stakes games (in their minds, at least) in cyberspace using their headphones, microphones and X-boxes. Sometimes they would play with their cousins on the other side of town, and sometimes with strangers—somewhere in the world. They are not living in the world in which I grew up, where tournaments of paramount importance for us at the time consisted primarily of physical board games such as checkers, chess, Parcheesi, Scrabble and Monopoly. We all had to sit at the same table to play. Those games are hopelessly dull for the modern gamer who is accustomed to a deluge of rapid-fire visual effects, requiring lightning-quick decisions, and where mistakes can lead to complete “annihilation” or a humiliating deduction of points (much like the stock market these days).
The “boomers” in my age bracket were on the cusp of middle age just as the Internet started stitching itself into our lives. We have some experience and knowledge of this realm in which Millennials and their children navigate so comfortably in a supremely confident manner that we boomers secretly envy. We “hate” these youngsters that we love so much because they’re so darn…well…smart. There, I said it and I’m glad.
But there are boomers and those who are older who simply never had the need, the curiosity or the experience to develop an online lifestyle. Suddenly, if they want to see their grandchildren, they are forced to learn something about social media, or apps, or online conferencing. If they had always gone to the bank to conduct business, they may suddenly need to find out what this “online banking,” which they had never trusted or cared for, is all about. If they ardently wish to avoid going into the malls, stores, and pharmacies, they may be forced to create accounts, enter their personal data, such as credit card information, into the computer and go shopping from home.
Younger people are not immune from the shock of a sudden transition into new territory. Students’ classes in the real world swerved abruptly into another dimension. Now these students struggle to learn inside a different universe, from home, away from friends and teachers with whom they had connected. Many teachers and college professors were simply not prepared to convert so hastily to distance education (“DE”) and find themselves obligated to escalate a very steep learning curve at the same time that they lose bewildered or discouraged students.
Most of us, both younger and older, are being forced, within a very short time, to learn, communicate and ultimately live differently as this viral pandemic lays waste to the world we once knew and may eventually retrieve. But it will be a long time before that retrieval comes to pass, and our lives will be different. If nothing else, there will be changes in our behavior. Ideally, our new comportment will demonstrate that we are more flexible, more inventive, more enlightened and more compassionate of those around us.
— David Magallanes is a retired college math educator.
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¿Se Nos Obliga a Estar en Línea?
Por David Magallanes • Columnista invitado
Para mis dos nietos mayores, vivir y jugar en línea no es nada nuevo, incluso frente a este coronavirus “novedoso”. Hace varios años, los vi jugando juegos de alto riesgo (en sus mentes, al menos) en el ciberespacio usando sus auriculares, micrófonos y X-boxes. A veces jugaban con sus primos al otro lado de la ciudad, y a veces con extraños que vivían en otra parte del mundo. Mis nietos y sus primos no viven en el mundo en el que yo crecí, donde los torneos de suma importancia para nosotros en esos tiempos consistían principalmente en juegos físicos tal como damas, ajedrez, parchís, Scrabble y Monopoly. Todos tuvimos que estar sentados en la misma mesa para jugar. Esos juegos son irremediablemente aburridos para el jugador moderno que está acostumbrado a una avalancha de efectos visuales rápidos, que requieren decisiones de alta velocidad y donde los errores pueden conducir a la “aniquilación” completa o una deducción humillante de puntos (al igual que el mercado de valores actualmente).
Los “boomers” de mi edad (nacidos entre 1946 y 1964) estaban en la cúspide de la mediana edad justo cuando el Internet comenzó a introducirse a nuestras vidas. Tenemos cierta experiencia y conocimiento de este ámbito en el que los “Millennials” (nacidos entre 1981 y 1996) y sus hijos navegan cómodamente y de una manera sumamente segura que los “boomers” envidian en secreto. “Odiamos” a estos jóvenes que tanto queremos porque son tan condenadamente…pues…inteligentes. Ahí lo dije, y me alegro.
Pero hay “boomers” y personas mayores que simplemente nunca tuvieron la necesidad, la curiosidad o la experiencia de desarrollar un estilo de vida en línea. De repente, si quieren ver a sus nietos, se ven obligados a aprender algo sobre las redes sociales, las “apps” o las conferencias en línea. Si siempre habían ido al banco para hacer negocios, es posible que de repente necesiten averiguar de qué se trata esta “banca en línea”, algo que ni les importaba o algo en la que nunca habían confiado. Si desean evitar fervientemente entrar en los centros comerciales, tiendas y farmacias, pueden verse obligados a crear cuentas, ingresar sus datos personales, como la información de la tarjeta de crédito, en la computadora e ir de compras desde casa.
Las personas más jóvenes no son inmunes a la incomodidad de una transición repentina a un nuevo territorio. Las clases de los estudiantes en el mundo real se desviaron abruptamente a otra dimensión. Ahora estos estudiantes luchan por aprender dentro de un universo diferente, desde casa, lejos de amistades y maestros con quienes se habían conectado. Muchos maestros y profesores universitarios simplemente no estaban preparados para convertirse tan rápidamente a la educación a distancia y se ven obligados a escalar una curva de aprendizaje muy empinada al mismo tiempo que pierden a estudiantes desconcertados o desanimados.
La mayoría de nosotros, tanto jóvenes como mayores, nos vemos obligados, en muy poco tiempo, a aprender, comunicarnos y, en última instancia, vivir de manera diferente, ya que esta pandemia viral está destruyendo el mundo que una vez conocimos y que eventualmente quizás recuperemos. Pero pasará mucho tiempo antes de que eso ocurra, y nuestras vidas serán diferentes. A lo menos, habrá cambios en nuestro comportamiento. Idealmente, nuestro nuevo comportamiento demostrará que somos más flexibles, más inventivos, más iluminados y más compasivos con quienes nos rodean.
– – David Magallanes es un profesor de matemáticas jubilado.
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