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By David Magallanes • Guest contributor
When all four of my grandparents escaped the violence in Mexico and arrived in the U.S. in 1923, they couldn’t stop feeling gratitude for the sense of safety that they were experiencing. Despite the prejudice and spiteful attitudes of some of the people around them in Los Angeles, they felt at peace. For them, any societal problems in the city were relatively minor compared to what they had experienced at the hands of the revolutionaries in Mexico.
And yes, of course, we had, and still have, problems in our society. Lots of them.
But sometimes we have to place things in perspective. As one example, we may complain about how people drive on our streets. There is an enormous amount of nonsense and sheer idiocy on the road. We’ve all witnessed it.
However, when I returned to the U.S. after living for six months in Mexico City as a college student, I felt an urge to kiss the asphalt on the first American street I encountered. If we think American drivers are bad, merciful heavens, you should experience traffic in the metropolises of Mexico. On second thought, I hope you never have the opportunity.
My Mexican cousins made sure I understood: In Mexico, pedestrians have no rights. If we are hit, it’s our fault, and no driver is going to stop and “cooperate with the police.” In fact, that’s the last thing they want to do.
Unfortunately, much of the societal situation in Mexico has, to a large extent, generally collapsed since I was there. The drug cartels have practically taken over the country in many respects. On top of that, Mexico has a largely ineffective legal system that is riddled with corruption and inefficiencies.
Yes, here in the U.S., we have some problems with the homeless taking over abandoned living spaces. Yes, there are home robberies and brazen thefts of personal property.
But today, in Mexico City and throughout the rest of the Aztec and Mayan nation, these challenges are magnified a thousandfold.
Imagine for a moment that you are relaxing in your home, watching the news on Televisa Chapultepec or reading El Heraldo de México in your living room after a hard day of work. Surprisingly and unexpectedly, there’s a frantic knock on the door. Before you can even get up to see who’s there, a group of men bristling with automatic weapons storms in. They tell you that you and your family must leave—they are taking over the house. You’re looking down the barrel of a rifle and decide that it would be prudent to restrain yourself from arguing. You gather your family, feeling fortunate that no one has been killed, and you leave.
You realize that a “home seizure gang,” one of several in the city, has walked in and taken your home. That you have papers documenting your ownership of the property means nothing to these thugs. Your home will become a base of operations for drug deals and other crimes.
In a stunning understatement, a Mexico City prosecutor has spoken of the “problem” of property takeovers.
This activity is not limited to the slums or poor sections of town. Even upscale homes in ritzy neighborhoods of the city are claimed by gangs and converted into storehouses for weapons or distribution points for drugs.
Here in the U.S., we may become angry with city government when we think that our water bill is too high, or when squatters take over abandoned buildings. But nothing that we experience compares with the extreme lawlessness that is a way of life in many parts of Mexico.
For many families in Latin America, their existence becomes a living hell when the drug lords take charge. In this environment, men are routinely killed, and women and girls are savaged.
And then we wonder why people from Mexico and from all over the rest of Latin America are desperate to reach our country. Control of the border and enforcement of immigration laws merit their own discussion, but we need to remind ourselves that tired, traumatized migrants at our border are seeking, above all else, safety for themselves and their families.
— Writing services are offered at my website, David Magallanes Writing Services. David Magallanes is a retired college math educator.
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Nos Atrevemos a Pensar Que Tenemos Problemas
Por David Magallanes • Columnista invitado
Cuando mis cuatro abuelos se escaparon de la violencia en México y llegaron a los EE. UU. en 1923, no podían dejar de sentir gratitud por la sensación de seguridad que estaban experimentando. A pesar de los prejuicios y las actitudes rencorosas de algunas de las personas que los rodeaban en Los Ángeles, se sentían en paz. Para ellos, cualquier problema social en la ciudad era relativamente menor en comparación con lo que habían experimentado a manos de los revolucionarios en México.
Y sí, por supuesto, teníamos, y seguimos teniendo, problemas en nuestra sociedad. Muchos problemas.
Pero a veces tenemos que poner las cosas en perspectiva. Como ejemplo, podemos quejarnos de cómo conduce la gente en nuestras calles. Hay una enorme cantidad de tonterías y pura idiotez en el camino. Todos lo hemos presenciado.
Sin embargo, cuando regresé a los Estados Unidos después de vivir durante seis meses en la Ciudad de México como estudiante universitario, sentí la necesidad de besar el asfalto en la primera calle estadounidense que encontré. Si pensamos que los conductores estadounidenses son malos, cielos misericordiosos, deberías experimentar el tráfico en las metrópolis de México. Pensándolo bien, espero que nunca tengas la oportunidad.
Mis primos mexicanos se aseguraron de que yo entendiera: en México, los peatones no tienen derechos. Si nos golpean, es nuestra culpa, y ningún conductor va a detenerse y “cooperar con la policía”. De hecho, eso es lo último que quieren hacer.
Desafortunadamente, gran parte de la situación social en México, en gran medida, se ha destrozado en general desde que estuve allí. Los cárteles de la droga prácticamente se han apoderado del país en muchos aspectos. Además de eso, México tiene un sistema legal en gran medida ineficaz que está plagado de corrupción e ineficiencias.
Sí, aquí en los EE. UU., tenemos algunos problemas con las personas desamparadas que se apoderan de los espacios habitables abandonados. Sí, hay robos a domicilio y robos descarados de propiedad personal.
Pero hoy, en la Ciudad de México y en el resto del país azteca y maya, estos desafíos se multiplican por mil.
Imagina por un momento que estás descansando en tu casa, viendo las noticias de Televisa Chapultepec o leyendo El Heraldo de México en la sala de tu casa después de un arduo día de trabajo. Sorprendente e inesperadamente, hay un golpe frenético en la puerta. Antes de que puedas siquiera levantarte para ver quién está allí, un grupo de hombres con armas automáticas irrumpe. Te dicen que tú y tu familia deben irse, ya que se están apoderando de la casa. Estás mirando por el cañón de un rifle y decides que sería prudente evitar una discusión con ellos. Reúnes a tu familia, sintiéndote afortunado de que nadie haya muerto, y te vas.
Te das cuenta de que una “pandilla de incautación de viviendas”, una de varias en la ciudad, ha entrado y declarado que ahora tu casa pertenece a la pandilla. Que tengas papeles que documenten tu posesión de la propiedad no significa nada para estos matones. Tu hogar se convertirá en una base de operaciones para negocios de drogas y otros delitos.
En una asombrosa subestimación, un fiscal de la Ciudad de México ha hablado del “problema” de las tomas de propiedad.
Esta actividad no se limita a los barrios marginales o sectores pobres de la ciudad. Incluso las casas de lujo en los barrios ricos de la ciudad son robadas por pandillas y convertidas en almacenes de armas o puntos de distribución de drogas.
Aquí en los EE. UU., podemos enojarnos con el gobierno de la ciudad cuando pensamos que nuestra factura del agua es demasiado alta o cuando los ocupantes ilegales se apoderan de edificios abandonados. Pero nada de lo que experimentamos se compara con la anarquía extrema que es una forma de vida en muchas partes de México.
Para muchas familias en América Latina, su existencia se convierte en un infierno cuando los capos de la droga se hacen cargo. En este entorno, los hombres son asesinados de forma rutinaria y las mujeres y las niñas son atacadas salvajemente.
Y luego nos preguntamos por qué la gente de México y de todo el resto de América Latina está desesperada por llegar a nuestro país. El control de la frontera y la aplicación de las leyes de inmigración merecen su propia discusión, pero debemos recordar que los migrantes cansados y traumatizados en nuestra frontera buscan, por encima de todo, seguridad para ellos y sus familias.
– – Servicios de escritura se ofrecen en mi sitio web, David Magallanes Writing Services. David Magallanes es un profesor de matemáticas jubilado.
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