Bilingual commentary: A sense of the infinite

David Magallanes

By David Magallanes / Guest contributor

Last Saturday, I decided to take my grandson and his family to see the stars at a party. No, we did not go to some extraordinary event in Hollywood or Beverly Hills, but rather to the grounds of Moorpark College, here in our precious County of Ventura. We went at night to a “star party” of the Ventura County Astronomical Society (www.vcas.org). This scientific, non-profit organization promotes knowledge of the night sky. So, as I see it, it encourages what the elementary schools cannot, due to their budgetary restrictions. It also encourages the adults to learn how interesting and beautiful our universe is.

The mission of this organization is to introduce the public, including the children, to the celestial science known as astronomy, which is not to be confused with “astrology” popularized in Latin America by the icons of astrology, such as Walter Mercado, who is very well known in the Hispanic world. Yes, astronomy has to do with the signs of the zodiac in the scientific sense, but it has nothing to do with predictions nor suggestions as to what decisions to make upon reading our horoscope in the newspaper or a magazine.

At this “star party,” there were no cakes, nor drinks, nor piñatas, nor noisemakers. Upon arriving in the darkness, there was a presentation of images of celestial bodies (the men must realize that no, this has nothing to do with women), such as comets, galaxies, nebulae (the plural of “nebula”), planets and clusters of so many stars that they appear as a single point of incandescent light. The astronomer explained to us the significance of the images, and we began to realize the enormity of the universe that we inhabit. Afterward, we went over to the other side of the observatory, where some of the enthusiasts with an interest in the mysteries of the universe had set up telescopes, and they allowed us to see some of the sacred and impossibly beautiful objects through the telescopic lenses.

As a boy, I used to spend night hours contemplating and getting to know what I used to call “my friends,” the stars beneath the heavenly dome. No, they were not those “imaginary  friends” of small children (nor of not-so-small children), but rather “friends” in the sense that I came to know them; that is, by their Roman, Greek and even Arab names. Sometimes the names were strange (for example, “alpha centauri,” Arcturus,” “Aldebaran” and “Algol”). This hobby introduced me to the Greek alphabet (alpha, beta, gamma,…). And now I had the great pleasure of introducing my grandson to the infinite universe, just as years ago I had spent hours with his mother, my daughter, beneath a fiercely illuminated night sky in the desert, where the fragile light from the stars was not competing with the contamination of the terrestrial lights that illuminate our cities.

Without knowing it at the time, those concepts that I learned during my childhood were preparing me for my profession: the teaching of mathematics, where I’ve had to explain infinite sequences and series, the use of Greek letters in the more advanced mathematics, and orientation according to some frame of reference.

The most valuable thing about a knowledge of astronomy is that it provides us with an appreciation of the infinite, with a success that not even the churches can attain. All of the doctrine and religious rules and sermons don’t hold a candle to the wisdom imparted by an understanding of the profundity of the mysteries of our universe.  In spite of the many years of indoctrination that I received in my religion classes, it wasn’t until I placed myself firmly at the feet of the night firmament that I was able to touch the face of God.

— David Magallanes is a writer, speaker and retired professor of mathematics.  You may contact him at adelantos@msn.com

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Un Sentido de Lo Infinito

Por David MagallanesColumnista invitado

El sábado pasado, decidí llevar a mi nieto y a su familia a ver a las estrellas en una fiesta.  No, no fuimos a ningún evento extraordinario en Hollywood, ni en Beverly Hills, sino a los terrenos del Colegio de Moorpark, aquí en nuestro precioso Condado de Ventura.  Fuimos en la noche a una “Fiesta de Estrellas” de la Sociedad Astronómica del Condado de Ventura (www.vcas.org).  Esta organización científica y no lucrativa fomenta el conocimiento del cielo nocturno.  Así que, a mi ver, promueve para los niños lo que las escuelas primarias no pueden, debido a sus restricciones presupuestales.  También insta a los adultos a aprender lo interesante y bello que es nuestro universo.

La misión de esta organización es introducir el público, incluyendo a los niños, a la ciencia celestial que se conoce como la astronomía, lo cual no debe confundirse con “la astrología” popularizada en América Latina por los iconos de la astrología, tal como Walter Mercado, quien es muy bien conocido en el mundo hispano.  La astronomía sí tiene que ver con los signos del zodiaco en el sentido científico, pero no se trata de predicciones ni sugerencias sobre qué decisiones tomar al leer nuestro horóscopo en el periódico o en una revista.

En esta “Fiesta de Estrellas” no hubo pastel, ni bebidas, ni piñatas, ni espantasuegras.  Al llegar en la oscuridad, hubo una presentación de imágenes de cuerpos celestiales (los hombres deben darse cuenta que no, no tiene nada que ver con las mujeres), tales como cometas, galaxias, nebulosas, planetas y agregados de tantas estrellas que se ven como un solo punto de luz incandescente.  El astrónomo nos explicó el significado de estas imágenes, y empezamos a darnos cuenta de la enormidad del universo en qué vivimos.  Después, fuimos al otro lado del observatorio, donde unos entusiastas de los misterios del universo habían armado sus telescopios, y nos permitieron ver algunos de los objetos sagrados y imposiblemente bellos del cielo nocturno a través de los lentes telescópicos.

De niño, yo pasaba horas en la noche contemplando y conociendo a lo que yo llamaba “mis amigos”, las estrellas, bajo la cúpula de los cielos.  No, no fueron como esos “amigos imaginarios” de los niños pequeños (y de algunos no tan pequeños), sino que “amigos” en el sentido de que las llegué a conocer, es decir, por sus nombres romanos, griegos y hasta árabes.  A veces los nombres eran bien raros (por ejemplo, “alpha centauri”, “Arcturus”, “Aldebaran” y “Algol”).  Este pasatiempo me introdujo a las letras griegas (alpha, beta, gamma…).  Y ahora yo tenía el gran placer de introducir a mi nieto a la infinidad del universo, tal y como años atrás yo había pasado horas con su mamá, mi hija, bajo el cielo nocturno fuertemente iluminado en el desierto, donde la luz frágil de las estrellas no competía con la contaminación de las luces terrestres que iluminan nuestras ciudades.

Sin saberlo en ese entonces, estos conceptos que capté durante mi niñez me estaban preparando para mi profesión: la enseñanza de las matemáticas, donde he tenido que explicar las secuencias y las series infinitas, el uso de las letras griegas en las matemáticas más avanzadas, y la orientación según algún marco de referencia.

Lo más valioso de un conocimiento de la astronomía es que nos proporciona una apreciación de lo infinito, y con un éxito que no logran ni nuestras iglesias.  Todas las doctrinas y reglas religiosas y sermones no llegan ni a los talones de una sabiduría impartida por un entendimiento de la profundidad y misterio de nuestro universo.  A pesar de los muchos años de adoctrinamiento que recibí en mis clases religiosas, fue hasta que me planté a los pies del firmamento nocturno que pude tocar el rostro de Dios.

–David Magallanes es un escritor, orador y profesor jubilado de matemáticas.  Se puede comunicar con él por e-mail a: adelantos@msn.com