By David Magallanes / Guest contributor
It is becoming more and more difficult to sell to our young people the idea that going to college will allow them to better their lives, be a success, or, in general terms, to achieve something in life.
Upon listening intently to the words of the two young women who spoke to us during a recent graduation ceremony for university students, I became aware of the new and sad reality. To attend college, our young people are subjecting themselves to the burden of a heavy load of debt, which is going to follow them for many years, much like a hungry dog that doesn’t give up, that will let its presence be known until it is given something to eat.
The two speakers, one a generation older than the other, mentioned that although they are very enthusiastic about the many possibilities that may present themselves in the future, they recognize that very soon they are going to receive in the mail the first bill to start paying back the formidable amount of money, and then some, that they had borrowed for their education. The big, mean guy is knocking on their doors, demanding payment, lest he ruin their lives and spoil all their hard work over the past several scholastic years.
The amount of money our recently graduated children owe is overwhelming — much more than the people of my generation had taken on to fund their educations.
And now, to make matters even worse, there exists an entire school and loan industry (not including our fine public and private universities) just ready to pounce upon the backs of these innocents with little world experience, and which gladly offers classes and the funds — with a high rate of interest, let it be known — “so that they can follow their dreams,” promising that OF COURSE they are going to obtain very good jobs after finishing their studies so that they can “easily” pay back the loans that will weigh them down as surely as the ballast of a ship.
Nonetheless, there are few opportunities within many of the careers announced in the pamphlets of certain schools. Or, worse yet, some of those careers are fading away, due to the new technologies and the new reality in which we suddenly find ourselves.
I’ve become aware of several cases in which the graduates from the less honorable schools feel crushed, defrauded and depressed once they confront the nightmare of their economic situation upon freeing themselves from the comfort and safety of their schools to, supposedly, according to the saying, “stretch their wings and fly.” Fly, indeed … within the cage of massive debt.
It would be easy to propose to students that they not get themselves into so much debt. But then what? What are they going to do? Generally, their families are fighting their own battles and have very little available to help to any great extent.
Our young people could give up their dreams, but in this very technological society they are going to struggle nonetheless, and all their lives, with a very reduced lifestyle, and as a result will have little to offer their children, who, by then, will question the whole concept of college being advantageous: “Why would I want to go to college if all I do is end up in so much debt?”
Unfortunately, I’m already hearing this.
And therein lies the great dilemma at this time in California — well, in the entire country. It is urgent that we resolve this fix we find ourselves in as soon as possible, one way or another, if we as a society want to offer to our children more than a mediocre life. Or worse.
— David Magallanes is a writer, speaker and retired professor of mathematics. You may contact him at adelantos@msn.com
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Comentario: El Colegio y La Deuda
Por David Magallanes / Columnista invitado
Se está haciendo cada vez más difícil venderles a los jóvenes el concepto de que el ir a la universidad les permitirá mejorar sus vidas, lograr el éxito o, en términos generales, lograr grandes cosas en la vida.
Al escuchar y escudriñar las palabras de las dos jóvenes que nos dirigieron la palabra durante una reciente ceremonia de graduación universitaria, me di cuenta de la nueva y triste realidad. Para asistir al colegio, nuestros jóvenes se están asumiendo la carga de una deuda pesadísima y que durante muchos años va a perseguirles como un perro hambriento que no se da por vencido, y que hará sentir su presencia hasta que se le dé de comer.
Las dos jóvenes, una señora y una señorita, comentaron que aunque están muy entusiasmadas por las múltiples posibilidades que se les presenten en el futuro, reconocen que pronto recibirán en el correo la primera factura para que empiecen a pagar con creces la formidable cantidad de dinero que habían pedido prestado para su escuela. El cobrador toca sus puertas y exige su pago si no quieren que les arruine sus vidas y les eche a perder todo su gran esfuerzo de los últimos años escolares.
La cantidad que deben nuestros muchachos recién graduados es abrumadora—mucho más de lo que la gente de mi generación había asumido para costear su educación formal.
Y ahora para empeorar la situación aún más, existe toda una industria escolar y financiera (sin incluir nuestras finas universidades públicas y privadas), ansiosa por agarrase de las manos de estos inocentes sin mucha experiencia y gozosamente ofrecerles las clases y los fondos—con altos intereses, que conste, “para que sigan sus sueños”, prometiéndoles que POR SUPUESTO van a conseguir muy buena chamba al terminar sus estudios para así pagar “fácilmente” la deuda que les va a pesar como el lastre de un barco.
Sin embargo, hay pocas oportunidades en muchas de las carreras anunciadas en los folletos de ciertas escuelas. O aún peor, algunas de esas carreras están dejando de existir, debido a las nuevas tecnologías y la nueva realidad en la que súbitamente nos encontramos.
Me he dado cuenta de algunos casos en los cuales los graduados de escuelas poco prestigiosas se sienten aplastados, defraudados y deprimidos una vez que enfrentan la pesadilla de su situación económica al librarse de la comodidad y seguridad de sus escuelas para, supuestamente, según el dicho, “desplegar sus alas y echarse a volar”. A volar, sí …pero dentro de la jaula de una deuda masiva. Sería fácil proponer a los estudiantes que no se metan en tanta deuda. ¿Pero…entonces? ¿Qué van a hacer? Sus familias por lo general se encuentran lidiando con sus propias broncas y disponen de pocos recursos para ayudar en gran medida.
Nuestros jóvenes podrían renunciar a sus sueños, pero luego en esta sociedad tan tecnológica van a batallar de
todos modos y durante todas sus vidas, con un nivel de confort muy reducido y por ende tendrán menos que ofrecerles a sus hijos, quienes para ese entonces cuestionarán todo el concepto de las ventajas de ir a la universidad: “¿Pa’ qué quiero ir al colegio si solamente me meto en tanta deuda?”.
Desafortunadamente, ya estoy oyendo esas palabras.
Y ahí está el gran dilema de esta época en California—bueno, en todo este país. Nos urge resolver lo más pronto posible, de un modo u otro, este gran aprieto si como una sociedad queremos ofrecerle a nuestros hijos más que una vida mediocre. O peor.
–David Magallanes es un escritor, orador y profesor jubilado de matemáticas. Si desea contactarlo, escríbale a su correo electrónico adelantos@msn.com