By David Magallanes / Guest contributor
Here in this country, we’re used to the United States being “the land of opportunity,” to where the entire world (except, possibly, those “blessed souls” who go out of their way to hate us) aspires to seek refuge as well as their ultimate dreams.
We like to think that we are the most powerful magnet in the world, attracting everyone by dint of our natural resources, our philosophy and our inimitable system of government.
On the other hand, some believe that it is necessary to knock down a notch or two that magnet that attracts more people than we’d like to bring into our society. Especially those who are “undesirable,” according to the more extreme elements of our population.
During my recent stay in London, I realized that despite the many differences between the English and we Americans, there are also many attitudes, worries and blessings that unite us.
As it turns out, London likewise, serves as a magnet for Europeans. In the hotel where I stayed, there were Polish, Lithuanian, Czech, Russian and Spanish youth working there. In effect, from all over that side of the world. I almost didn’t see any native English working there.
Upon walking along the streets and in the parks of London, there were times I wondered where I was. It seemed as if I heard a barrelful of languages — except English. It reminded me of the time, many years ago, when I was in a marketplace in Oaxaca, Mexico, where I understood zilch because the people were speaking Mixteco (a Mexican native tongue with no resemblance to Spanish). I heard not a word of Spanish (and even less English), but fortunately many of the merchants could communicate with me in Spanish.
Intrigued by this phenomenon I witnessed in the hotel, I went about chatting with some of the young people working there, all of whom spoke a good measure of English (I spoke Spanish with the españolas at the front desk). I heard more or less the same story from each one: that in their native countries, the economy had tanked, there was no opportunity to advance, and that desperately, or at least with hope, they took the risk of leaving their homes, studying and/or working hard, “burning the candle at both ends,” as we might say, and generally giving it all they had. The case of a “young señorita” from Russia was typical: She had started her studies in Russia, but came to London to obtain an English education. When her money ran out, she began working interminable hours, with a precious day off “once in a while,” when she “only wanted to sleep” to recharge her batteries, as she told me. She worked at the front desk, and at times in the kitchen, but always nicely dressed. Her dream was to one day return to her studies and finish with an advanced degree to work hard in some kind of professional work. Not much different from many of our youth, but who already live in the land of opportunity.
Other workers, with less school, worked in the same kitchen, but obviously with less rank, doing more manual labor and less visibly. Also, the majority of workers in charge of cleaning the rooms were women from Eastern Europe. When I first spoke with the chambermaids, I almost instinctively wanted to switch to Spanish. I quickly realized that wasn’t going to work here.
One of the young ladies complained vehemently about “all the immigrants without anything to offer” and, under the socialist English system, hard-working people like her were paying tons of taxes so that the “lazy people” could enjoy the magnanimity of the English system.
And here we naïvely thought that only a certain American political party expressed itself that way… .
— David Magallanes is a writer, speaker and retired professor of mathematics. You may contact him at aadelantos@msn.com
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Comentario: Londres — Tierra de oportunidades
Por David Magallanes / Columnista invitado
Aquí en este país estamos acostumbrados a ver a Estados Unidos como “la tierra de las oportunidades”, en donde todo el mundo (menos quizás aquellas “almas benditas” que se afanan por odiarnos) anhela refugiarse y buscar su sueño dorado. Nos gusta pensar que somos el imán más poderoso del mundo que atrae a todos a fuerza de nuestros recursos naturales, nuestra filosofía, y nuestro sistema de gobierno inigualable.
Por otra parte algunos piensan que es necesario hacer menos llamativo a este imán que atrae a más gente de la que quisiéramos incorporar a nuestra sociedad. Sobre todo a los “indeseables”, según los elementos más radicales de nuestra población.
Durante mi estancia reciente en Londres, me di cuenta de que a pesar de las muchas diferencias entre los ingleses y nosotros los estadounidenses, también compartimos muchísimas actitudes, preocupaciones y bendiciones. Resulta que Londres también es como un imán para los europeos. En el hotel en donde yo me hospedaba habían jóvenes polacos, lituanos, checoslovacos, rusos y españoles que allí trabajaban. En fin, de todas partes de esa región del mundo. Casi no veía a ingleses nativos que trabajaran ahí.
Al caminar por las calles y parques londinenses, a veces me preguntaba en dónde andaba.
Parecía que escuchaba un montón de idiomas—menos el inglés. Me recordó aquella vez hace muchísimos años cuando visitaba un mercado oaxaqueño en donde no entendí ni papa porque la gente hablaba mixteco. No se oía ni una palabra en español (y menos en inglés) pero afortunadamente muchos de los comerciantes podían comunicarse conmigo en español.
Intrigado por este fenómeno que presenciaba en el hotel, me puse a platicar con algunos de los jóvenes que trabajaban en el lugar, quienes hablaban al menos una buena medida de inglés (hablé en español con las españolas en recepción). De cada uno de ellos escuché más o menos la misma historia: que en sus países natales la economía se había estancado, que no había ninguna oportunidad para progresar, que desesperados o por lo menos con esperanzas se arriesgaron a dejar sus casas, a estudiar y/o trabajar duro, “macheteándole” como decimos por aquí y generalmente echándole muchas ganas.
El caso de una señorita rusa era típico: había empezado sus estudios en Rusia pero vino a Londres para obtener una educación inglesa. Cuando se le acabó el dinero se puso a trabajar largas horas y tenía solamente un precioso día libre de vez en cuando en que “solamente quería dormir”, según ella, para “recargar sus pilas”. Ella trabajaba en la recepción, y a veces en el comedor, pero siempre bien vestida. Su sueño era volver a los estudios y terminar con un título avanzado para entrarle con ganas a algún puesto profesional. No era muy diferente de muchos de nuestros jóvenes que ya viven en la tierra de las oportunidades.
Otros empleados con menos escuela trabajaban en el mismo comedor pero obviamente con menos rango y hacían las labores más pesadas y menos visibles. Además la mayoría de los empleados que limpiaban nuestras habitaciones eran mujeres de Europa Oriental. Cuando al principio me puse a hablar con las camareras casi instintivamente quería cambiar al español. Pero pronto me di cuenta de que ahí eso no iba a funcionar.
Una de las señoritas se quejaba con vehemencia de “todos los inmigrantes que vienen sin oficio ni beneficio” y que bajo el sistema socialista inglés la gente trabajadora como ella pagaba hartos impuestos para que “los holgazanes” pudieran gozar de la magnanimidad del sistema inglés. Y aquí nosotros inocentemente pensábamos que sólo cierto partido americano se expresaba así…
-David Magallanes es un escritor, orador y profesor jubilado de matemáticas. Se puede comunicar con él por e-mail a: adelantos@msn.com