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By David Magallanes • Guest contributor

According to the Book of Exodus of the Old Testament, Moses was leading the Jews out of slavery in Egypt and into Canaan, as had been promised to them. However, the Egyptian army had other plans for them—they were not about to let them go that easily. The army pursued them and upon reaching the Red Sea seemed likely to overpower the Jewish people in their exodus and send them back into Egypt. But Moses raised his staff, we are told, and the power of the heavens caused the waters of the Red Sea to part, allowing the fleeing Jews to cross over land rather than over the water. The walls of the water closed again just as the army of soldiers was approaching their prey. The Jews were destined to arrive in the land of Israel, and nothing was going to stop them.

There is much imagery in this narrative, one of which is that the living universe, in all its wisdom, provides bounteously for those who have found and are fulfilling their destiny. It’s as if the obstacles in front of us crumble, and though we might still have to climb over them with some effort, they are no longer so tall and insurmountable.

This wisdom is embedded throughout the world’s literature. It’s here in the Old Testament and is in fact entrenched in Mexican culture. For there is a Mexican saying: Él que nace pa’ tamal, del cielo le caen las hojas. This may be directly translated as, “For he who is born to be a tamal (singular of tamales), the corn husks (in which the tamales are wrapped) fall from heaven. Well, Mexicans would understand this. In any case, this precious “dicho” teaches us that once we have discovered our destiny and pursue it, not only will the obstacles fall away, but the heavens will open and the earth will shift in its orbit to facilitate our arrival to that destiny. Such is the power of the universe in accomplishing its purposes—through us.

— David Magallanes is a writer, speaker and professor of mathematics.

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Cuando Se Nos Abren los Cielos

Por David Magallanes / Columnista invitado

Según el Libro del Éxodo del Antiguo Testamento, Moisés estaba sacando a los judíos de la esclavitud en Egipto y los encaminaba hacia Canaán, como se les había prometido. Sin embargo, el ejército egipcio tenía otros planes para ellos—no estaban dispuestos a dejarlos ir tan fácilmente. El ejército los persiguió y al llegar al Mar Rojo parecía que dominaría al pueblo judío en su éxodo y que los regresaría de vuelta a Egipto. Pero Moisés levantó su bastón, se nos dice, y el poder de los cielos hizo que las aguas del Mar Rojo se separaran, permitiendo a los judíos que huían cruzar sobre tierra en lugar de cruzar por encima del agua. Las paredes del agua se cerraron de nuevo justo cuando el ejército de soldados se acercaba a su presa. Los judíos estaban destinados a llegar a la tierra de Israel, y nada los iba a detener.

Hay muchas imágenes en esta narrativa, una de las cuales es que el universo viviente, en toda su sabiduría, proporciona generosamente para aquellos que han encontrado y están cumpliendo su destino. Es como si los obstáculos frente a nosotros se derrumbaran, y aunque todavía tengamos que pasar por encima de ellos con un poco de esfuerzo, ya no son tan altos e insuperables.

Esta sabiduría está incrustada en toda la literatura mundial. Está aquí en el Antiguo Testamento y de hecho está arraigada en la cultura mexicana. Hay un dicho mexicano que dice, Él que nace pa ‘tamal, del cielo le caen las hojas. Este precioso “dicho” nos enseña que una vez que hayamos descubierto nuestro destino y nos pongamos manos a la obra, no solo los obstáculos se apartarán, sino que los cielos se abrirán y la Tierra se desplazará en su órbita para facilitar nuestra llegada a ese destino. Tal es el poder del universo para lograr sus propósitos—a través de nosotros.

— David Magallanes es un escritor, orador y profesor de matemáticas.

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