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By David Magallanes / Guest contributor
David Magallanes
Is our emotional life like a walled fortress with controlled access, or is it an open field onto which anyone can casually stroll? Is it like a restaurant, where anyone can walk in, or is it like an exclusive club that allows only the privileged few?
Some of the most vexing problems many of us have are the result of the “open field” structure for our inner lives. We let people literally off the streets into the edifice of our lives without any screening whatsoever. There are no walls, no gates, no velvet ropes to regulate others’ entry into our sacred space. The price we pay for this practice is often very high.
Once we let people into our lives who disrespect or abuse us because of an open-door, free-access approach, trying to get them out is painful, messy and sometimes dangerous. Many of us know what it’s like when we must, for our own good, evict or divorce someone or otherwise get them out of our lives once and for all.
Let’s imagine that we construct a wall around our life—not a steel-hardened, impervious wall, but one with a gate through which we allow only those whom we might consider for the privilege of being a part of our intimate circle of family, friends and acquaintances. Once these people are in the vestibule, we have the opportunity to further evaluate their suitability. If they pass muster, then we can lift that “velvet rope” they use at posh night clubs, where only those they consider “suitable” are allowed entry. These are the people we allow into the inner sanctum of our lives.
We must take control of the connections we make with others. We must be very careful about those whom we invite to participate in our lives. When we are not careful, that’s when some of our biggest problems begin. Because then those people who walked in and tried to lock the gate from the inside can retaliate, either with anger, violence or, God forbid, with Twitter.
— David Magallanes is a writer, speaker and social network marketing consultant. You may visit his web site, dedicated to honoring daughters and keeping them healthy, at www.roses4daughters.com.
You may contact him through e-mail at dmagallanes@roses4daughters.com. Follow us on Facebook (“Like” us!) at www.facebook.com/roses.for.daughters.
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Muros, Puertas y Cuerdas de Terciopelo
Por David Magallanes / Columnista invitado
¿Será nuestra vida como una fortaleza amurallada con acceso controlado, o más bien como un campo abierto sobre el que cualquiera pueda pisar casualmente? ¿Será como un restaurante, en donde cualquiera pueda entrar, o más bien como un club exclusivo que permita la entrada solamente a los privilegiados?
Algunos de los problemas más agudos que muchos tenemos son el resultado de la estructura tipo “campo abierto” de nuestra vida interior. Permitimos la entrada a la gente literalmente de la calle en el edificio de nuestra vida sin ninguna investigación de sus méritos. No hay paredes, no hay puertas, no hay cuerdas de terciopelo para regular la entrada de otros a nuestro espacio sagrado. El precio a pagar por esta práctica suele ser muy alto.
Una vez que permitimos la entrada a la gente que no nos respeta o que abusa de nosotros debido al libre acceso a nuestras vidas, el tratar de sacarlos es doloroso, complicado y a veces peligroso. Muchos de nosotros sabemos lo que se siente cuando, por nuestro propio bien, sea preciso desalojar a alguien o divorciarnos de él o de ella o de alguna otra manera sacarlos de nuestras vidas de una vez por todas.
Imaginemos que construimos un muro alrededor de nuestras vidas, nada impermeable ni de acero endurecido, sino con una puerta por la que permitimos la entrada solamente a los que podríamos considerar para el privilegio de formar parte de nuestro círculo íntimo de familiares, amigos y conocidos. Una vez que estas personas se encuentren en el vestíbulo, tenemos la oportunidad de seguir evaluando lo apropiado que serían para nuestras vidas. Si pasan la prueba, entonces sí podemos levantar ese “cordón de terciopelo” que utilizan un los discotecas elegantes, donde permiten la entrada sólo a aquellos que se consideren “adecuados”. Estas son las personas que permitimos en el santuario interior de nuestras vidas.
Hay que tomar el control de las conexiones que formamos con los demás. Hay que andar con pies de plomo al invitar a otros a participar en nuestras vidas. Cuando no tomamos precauciones, a veces eso es cuando empiezan algunos de nuestros problemas más grandes. Porque entonces esas personas que entraron y trataron de cerrar la puerta desde el interior pueden tomar represalias, ya sea enfureciéndose, con violencia o, Dios no lo quiera, con Twitter.
— David Magallanes es un escritor, orador y consultor de mercadeo por las redes sociales. Usted puede visitar su sitio cibernético, dedicado a la honra y la salud de nuestras hijas, en www.roses4daughters.com.
Se puede comunicar con él por e-mail a: dmagallanes@roses4daughters.com. Síganos en Facebook (“Like”), http://www.facebook.com/roses.for.daughters.
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