By David Magallanes /Guest contributor
We have a tendency to think of our “teachers” as those who dedicate themselves to teaching us in the classrooms of our schools, in elementary schools as well as at the colleges and universities. We believe that once we escape from the maw of these academics, we are free from the influence of these “teachers,” and then we can lead our lives as we wish, without anyone giving us homework or hitting us with the ruler — that is, if we went to Catholic schools! Regardless, I’m very grateful to my schoolteachers.
Across the years, my students at the college have called me “professor” or, in Spanish, “maestro,” a title of respect that Mexicans and other Latinos confer on their teachers in school. They have taught me patience and tolerance and other points of view, as well as the importance and significance of teaching in the classroom. I thank them.
I’ve taught much to my daughter, and more recently to my grandsons, but they have taught me what no one else has been able to do and that is profoundly valuable to me: how to love eternally. For this, I am eternally grateful.
My bosses spanning my careers have served as true teachers, teaching me that there are rewards and recognition for a job well done, as well as negative consequences when things that should be done are not. For all their valuable lessons, I am grateful.
Of course, we should recognize and be thankful for our parents as our first teachers in life. They have taught us, for better or worse, with their example more than with their words. They have given us the gift of examples to follow, as well as examples NOT to follow. In any case, they taught us.
There are many delightful people around us. But what about those people who irk us, on the street, at work, in the stores, in those sometimes horrible buildings where we carry out official transactions? What can some of those very fine (speaking sarcastically for a moment) people that we would prefer to send — let’s say … somewhere else — teach us? What good, in all of God’s creation, can these people that we barely tolerate, or that we just plain can’t stand not even one second longer, be for us?
Sometimes these are people who twist our stomachs. Other times we lose sleep thinking about them, and we even come to hating them. Or we go out of our way and spend our precious energy making their lives — and hence ours — as miserable as we can. Sometimes we become anguished, and even sick, dealing with the “ignorance” or “stupidity” of these souls.
But there is another perspective that we should at least take into account with respect to these people who at the very least bother us, a perspective that can cover us with wisdom and peace in our lives. The indisputable teachers across the centuries have an answer to our restlessness.
For example, the highly respected poet and philosopher Kahlil Gibran (1883 – 1931) has written these words for our contemplation: “I have learnt silence from the talkative, toleration from the intolerant, and kindness from the unkind; yet strange, I am ungrateful to these teachers.“
There it is. These people who do and say things that we hate or despise, who do great damage, who are unjust to us and others, who make our lives less pleasurable are, after all, our teachers. They teach us, in a way that is unforgettable and very effective, how NOT to lead our lives, how NOT to treat others, how NOT to sink into a misery that they themselves have constructed with their own hands and above all with their thoughts, to their great misfortune.
Although it may be very difficult, I am irrevocably grateful to them, too.
— David Magallanes is a writer, speaker and retired professor of mathematics. You may contact him at adelantos@msn.com
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Rodeado Por Maestros
Por David Magallanes / Columnista invitado
Tenemos la tendencia de pensar en nuestros “maestros” como aquellos que se dedican a enseñarnos en las aulas de nuestras escuelas, en las primarias tanto como en los colegios y las universidades. Creemos que una vez que nos escapemos de las garras de estos académicos, estamos libres de las influencias de estos “maestros”, y que luego podemos llevar nuestras vidas como nos plazca, sin que nadie nos dé tarea o que nos pegue con la regla, ¡si es que asistimos a las escuelas católicas! De todos modos, estoy muy agradecido con mis maestros escolares.
A través de los años, mis estudiantes en el colegio me han llamado “profesor”, o “maestro”. Pero ellos también sirven como mis maestros. Me han enseñado paciencia y tolerancia y otros puntos de vista, tanto como la importancia y significancia de la maestría escolar. Se los agradezco.
He enseñado mucho a mi hija, y más recientemente a mis nietos, pero ellos me han enseñado lo que nadie más ha podido y lo cual me es profundamente valioso: cómo amar eternamente. Por eso, estoy eternamente agradecido.
Mis jefes a través de mis carreras han servido como verdaderos maestros, enseñándome que hay premios y reconocimiento para trabajos bien hechos, y consecuencias negativas cuando no se hace lo que se debería. Por todas sus lecciones valiosas, estoy agradecido.
Por supuesto, debemos reconocer y agradecer a los padres como nuestros primeros maestros en la vida. Nos han enseñado, para bien o para mal, a través de su ejemplo más que por sus palabras. Nos han regalado ejemplos que seguir, tanto como ejemplos que no hemos de seguir. En todo caso, nos enseñaron.
Hay mucha gente agradable a nuestro alrededor. ¿Pero qué tal esa gente que nos enfada, en la calle, en el trabajo, en las tiendas, en los edificios a veces de mala muerte en donde hacemos transacciones oficiales? ¿Qué es lo que nos pueden enseñar algunas de esas personas tan finas (sarcásticamente hablando por un momento) que a veces preferiríamos mandar a…digamos…otro lugar? ¿Para qué, en todo el universo que Dios ha creado, servirán esas personas que a veces apenas aguantamos, o que de plano sentimos que no podemos verlos ni en pintura ni un segundo más?
A veces esas personas nos retuercen el estómago. Otras veces perdemos el sueño pensando en ellos, y hasta llegamos a odiarlos.O nos desviamos y gastamos lo más que se pueda nuestra preciosa energía por hacerles la vida una miseria, y por consiguiente, la nuestra también se vuelve lamentable. A veces nos angustiamos y hasta nos enfermamos tratando con la “ignorancia” o la “estupidez” de estas almas.
Pero hay otra perspectiva que deberíamos por lo menos tomar en cuenta respecto a estas personas que como mínimo nos molestan, una perspectiva que nos puede forrar de sabiduría y paz en nuestras vidas. Los maestros indisputables a través de los siglos tienen la respuesta a nuestra inquietud.
Según, por ejemplo, el altamente respetado poeta y filósofo Kahlil Gibran (1883 – 1931), dejó escrito estas palabras para nuestra contemplación: “He aprendido silencio de los habladores, tolerancia de los intolerantes, amabilidad de los malos; pero qué raro, no estoy agradecido con estos maestros”.
Ahí está. Estas personas que hagan o que digan cosas que odiamos o despreciamos, que hagan mucho daño, que sean injustos, a nosotros y a otros, que nos hagan la vida menos placentera son, en fin, nuestros maestros. Nos enseñan de una manera inolvidable y muy efectiva cómo NO llevar nuestras vidas, cómo NO tratar a los demás, cómo NO hundirnos en la miseria que ellos mismos han creado con sus propias manos y sobre todo con sus pensamientos, para su desgracia.
Con ellos también, aunque me cueste, estoy irrevocablemente agradecido.
— David Magallanes es un escritor, orador y profesor jubilado de matemáticas. Se puede comunicar con él por e-mail a: adelantos@msn.com