Bilingual commentary: Rules, Freedom and Consequences

David Magallanes

By David Magallanes /Guest contributor

As American citizens, or residents, of this great country, we are accustomed to think in terms of the freedom that we enjoy in this society. Throughout the history of the United States, more and more sectors of our population have achieved the right to live their lives according to their beliefs or inclinations. Although it is assumed that this freedom is implied for all citizens in our Constitution, not all had been able to take advantage of this transcendent right until it was their turn, beginning with the Native and African Americans, and then women, and now homosexuals.

It’s true that in many ways we experience more freedom than the vast majority of the people of this world. We could well be what Jesus described in his Sermon on the Mount: “You are the light of the world. A city that is set on a hill cannot be hidden.”

Perhaps because of that we are a demanding people, declaring, sometimes vociferously, that “we have our rights,” whether we have them or not in a given situation. Perhaps because of that, the people of other countries that we visit call us “ugly Americans.” Perhaps because of that, we crush others who also have rights. Perhaps because of that, we dare to think that there aren’t even any rules, since after all, “we have the right” to ignore them. But those sacred rights are a two-edged sword.

All of which allows me to introduce my perspective on a comedy I went to see not long ago at my favorite artistic theatre: “The Oranges.” The title refers to the name of the town in which the entire affair occurs. And “affair” is an appropriate word here, as you shall see.

Everything begins with the scenes of two suburban families who live across the street from each other on the same street. They have a deep friendship that goes back many years. The parents are in their forties, approaching fifties. One family has a son and daughter in their twenties, and the other has a rebel daughter also in her mid-twenties, who suddenly returns home from wherever she was.

The explosiveness of the situation consists of this “free-spirit” daughter in one family, and a father in the other family who is restless and quite unsatisfied with his marriage. In the blink of an eye, these two find are hiding themselves and carrying out an affair. Of course, they are discovered (by no less than the mother of the young woman), and then there begins, as my readers can imagine, an entire series of setbacks that greatly upsets the two families and changes the course of everyone’s life. It is quite interesting to see how what the majority of people would consider highly inappropriate serves to make all concerned aware of what is missing in their lives that would allow them to live fully, and not stuck in routine, as is common for the residents of any suburb who marry, settle down, raise families and continue working until they retire tranquilly, although often spiritually dead.

During one key moment of this film, the daughter who prefers to always get her way convinces the father with whom she is involved that, simply, “there are no rules” for relationships such as theirs. That is, that they are free to do as they please, whether everyone else likes it or not.

At the end, without explaining exactly how everything ends, the father realizes that yes, he is free to forge his life with the young lady, but things seem to grow more and more complicated over time. It’s true that he does have that right to find his happiness.

But at what cost? For example, is it worth the pain (an excellent word for this situation) to lose the love of his own daughter? Is it worth the pain, at this stage of his life, to destroy his reputation, his dignity, and the relationships that he has formed over decades?

Confronted with these decisions, everyone must answer these questions for themselves. There are no easy and ready-made responses.

As in the woods and jungle of the world, it’s true that there are no rules, nor rewards, nor punishments.

But yes, there are consequences.

— David Magallanes is a writer, speaker and retired professor of mathematics.  You may contact him at adelantos@msn.com

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Reglas, Libertad y Consecuencias

Por David Magallanes / Columnista invitado

Siendo ciudadanos americanos, o residentes, de este gran país, estamos acostumbrados a pensar en términos de la libertad que gozamos en esta sociedad.  A través de la historia de los Estados Unidos, más y más sectores de nuestra población han conseguido el derecho de vivir sus vidas según sus creencias o sus inclinaciones.  Aunque se supone que esta libertad se implica para todos los ciudadanos en nuestra constitución, no todos habían podido aprovecharse de este transcendente derecho hasta que les tocara su turno, empezando con los indígenas de nuestra tierra y la gente de raza negra, y luego las mujeres, y ahora los homosexuales.

Es cierto, en muchos aspectos, experimentamos más libertad que la vasta mayoría de la gente de este mundo.  Bien podríamos ser lo que Jesús describió en su sermón del monte: “Ustedes son la luz del mundo.  Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”.

Quizás por eso somos una gente exigente, declarando, a veces vociferantes, que “tenemos nuestros derechos”, los tengamos o no en dicha situación.  Quizás por eso, la gente de otros países que visitamos nos llaman “americanos feos”.  Quizás por eso, aplastamos a otros quienes también tienen sus propios derechos.  Quizás por eso, nos atrevemos a pensar que ni hay reglas, porque después de todo, “tenemos el derecho” de ignorarlas.  Pero estos consagrados derechos son espada de dos filos.

Todo lo cual me permite introducir mis perspectivas sobre una comedia que fui a ver hace poco en mi teatro artístico favorito: “The Oranges”, lo cual parece traducirse como “Los Anaranjados”, pero el título se debe al nombre del pueblo en donde sucede toda la aventura.  Y “aventura” es una palabra apropiada, como ya verán.

Todo empieza con las escenas de dos familias suburbanas que viven una frente a la otra en la misma calle.  Tienen una profunda amistad desde hace muchos años.  Los padres andan por los cuarenta años, aproximándose a los cincuenta.  Una familia tiene un hijo y una hija que andan por los veinte, y la otra nomás una hija rebelde también por la mitad de sus veinte años, y quien acaba de regresar a casa desde donde estuviera.

Lo explosivo consiste en que hay esta hija “libre de espíritu” en una familia, y un padre en la otra, inquieto y de verdad bastante insatisfecho en su matrimonio.  En un abrir y cerrar de ojos, estos dos se encuentran escondiéndose y llevando a cabo una aventurilla.  Por supuesto que se descubren (por no menos que la mamá de ella), y ahí empieza, como mis lectores pueden imaginar, toda una serie de contratiempos que alborota a las dos familias y cambia el curso de la vida de cada quien.  Es bastante interesante ver como algo que la mayoría de la gente considera sumamente inapropiado sirve para que todos los involucrados se den cuenta de los cambios que les hacen falta para vivir sus vidas plenamente, y no atascado en la rutina, como suele ser para los residentes típicos de cualquier suburbio que se casan, sientan cabeza, crían a sus familias, y siguen trabajando hasta jubilarse tranquilamente, aunque muchas veces espiritualmente muertos.

Durante un momento clave de esta película, la hija que prefiere salirse siempre con la suya le convence al papá con el cual está involucrada que simplemente “no hay reglas” para las relaciones como la suya.  O sea, que son libres para hacer lo que les plazca, les parezca o no a los demás.

Al final, sin explicar exactamente como todo termina, el papá se da cuenta de que él sí está libre para forjar una vida con la jovencita, pero parece que las cosas van complicándose con el tiempo.  Es cierto que él sí tiene ese derecho de encontrar su felicidad.

¿Pero a qué costo?  Por ejemplo, ¿vale la pena (una palabra excelente para esta situación) perder al amor de su propia hija?  ¿Vale la pena, a esta etapa de su vida, destruir su reputación, su dignidad y las demás relaciones que había formado a través de décadas?

Enfrentado con estas decisiones, a cada individuo le incumbe contestar esas preguntas para sí mismo.  No existen respuestas ni fáciles ni ya hechas.

Como en las selvas y las junglas del mundo, es cierto que no hay reglas, ni premios, ni castigos.

Pero sí hay consecuencias.

–David Magallanes es un escritor, orador y profesor jubilado de matemáticas.  Se puede comunicar con él por e-mail a: adelantos@msn.com