Bilingual commentary: Returning home, starting over

David Magallanes

By David Magallanes /Guest contributor

Many years ago, I tried to return home. I was going about separating from my wife, I was flat broke, and I felt that my life was going downhill—in flames. So I tried returning home — the home where I had been raised, where I had my first memories.

The attempt was in vain. I wanted to spend a few weeks there until once again I felt settled and had a better feel for the road ahead. But my father, disagreeing with the decisions that I had made due to his very strict and religiously rigid upbringing by Mexican parents, didn’t exactly welcome me.  He didn’t throw me out of the house, but neither did I receive much sympathy and I felt the need to leave the environment that as a child I had come to know in depth and that at that time had offered me protection and shelter.

I was perplexed. I had always thought that in time of need, I would be able to count on my origins and return for support and compassion. But now I realized that at times there is a huge contrast between our assumptions and our reality.

Fast-forwarding several decades, having reestablished myself once again, and leading a life very far from that hard lesson, though still with a few emotional wounds, I see that the concept of not being able to return home has layers at various depths.

American author Thomas Wolfe (1900 – 1938) wrote a novel entitled “You Can’t Go Home Again.” I wish I had read that book before attempting to do just that!

This story speaks to us of a young author, a so-called George Webber, who had written his own novel that had included some descriptions — let’s say not very flattering — of people in his home town. But, as we can imagine, they didn’t like it, and Mr. Webber, upon attempting to return to a familiar home, discovers the same sad truth that I had confronted years ago: You can’t.

He wrote: “You can’t go back home to your family, back home to your childhood … back home to a young man’s dreams of glory and of fame … back home to places in the country, back home to the old forms and systems of things which once seemed everlasting but which are changing all the time — back home to the escapes of Time and Memory.”

In fact, this weekend I went to see a movie that dealt with the same topic, but in terms of a 35-year-old man who returns to the university from which he had graduated a dozen years before. He falls in love with a lovely young lady, 19 years of age.  She, in her innocence, tries to seduce him. He, just like any red-blooded man, considers the possibility and almost grants the young adult her request.  But he desists, becomes reluctant to proceed, and finally realizes that he can’t “go back home” to the years of his youth, when he wouldn’t have even thought of denying her this favor.  In other words, he had matured and attained a measure of wisdom.

Sometimes I fantasize about returning to college and starting a new career, and — why deny it — starting my life over and correcting some of the mistakes I have made.  Just maybe I’d be able to accomplish in my more mature years what, in my youth, I could not. But in these times of recession, and at my age, and with my circumstances, could it be that I am once again attempting the impossible—”going back home”?

I must continue evolving, taking into account the stage of life I’m in.

And now, speaking very generally, when we try to do things as we’ve always done them, when we don’t take into account that we live in a very different world, when we try to force our children and our students to do things as we, their elders, had always done them, we are inviting ourselves to learn that hard lesson: We can’t go back home, because that home no longer exists, as much as we wish with all our heart that the home be just as we had left it long ago.

— David Magallanes is a writer, speaker and retired professor of mathematics.  You may contact him at adelantos@msn.com

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De regreso a casa, a comenzar de nuevo

Por David Magallanes / Columnista invitado

Hace muchos años traté de regresar a casa. Estaba separándome de mi esposa, me encontraba en la ruina, y sentía que mi vida iba cuesta abajo—y en llamaradas. Así que traté de regresar a casa—el hogar donde me crié, donde tuve mis primeros recuerdos.

El intento fue en vano. Quería pasar un par de semanas allí hasta que sentara cabeza y tuviera una mejor idea del futuro camino. Pero mi padre, en desacuerdo con las decisiones que yo había tomado debido a su muy estricta y rígida educación religiosa de parte de sus padres mexicanos, no me dio la bienvenida propiamente dicho. Él no me echó de la casa pero tampoco me expresó mucha simpatía y sentí la necesidad de salir del entorno que de niño había llegado a conocer con profundidad y que en ese entonces me había ofrecido protección y refugio.

Me quedé perplejo. Siempre había pensado que en tiempos de necesidad yo sería capaz de contar con mis raíces y regresar por sustento y compasión. Pero ahora me daba cuenta de que a veces hay un gran contraste entre nuestras suposiciones y nuestra realidad.

Varias décadas más tarde, después de haberme restablecido una vez más y de llevar una vida muy lejos de esa dura lección—aunque todavía con algunas heridas emocionales—veo que el concepto de no poder regresar a casa tiene capas a distintas profundidades.

El escritor estadounidense Thomas Wolfe (1900 – 1938) escribió una novela titulada “No Se Puede Regresar A Casa”.  ¡Me hubiera gustado haber leído ese libro antes de intentar aquello!

Esa historia nos habla de un joven autor, de nombre George Webber, que escribió su propia novela y que había incluido algunas descripciones—digamos no muy halagadoras— de los habitantes de su ciudad natal. Pero, como podemos imaginarnos, eso no les gustó a aquellas personas no les pareció y el Sr. Webber, al tratar de regresar a un hogar familiar, descubrió la misma triste verdad que yo enfrenté hace años: No puedes hacerlo.

Él escribió: “No puedes volver a casa con tu familia, regresar a tu infancia… regresar a los sueños de gloria y fama  de joven… regresar a los lugares del campo, regresar a las viejas formas y sistemas de cosas que antes parecían eternas pero que están cambiando todo el tiempo—regresar a los escapes del Tiempo y la Memoria”.

De hecho, este fin de semana fui a ver una película que trataba el mismo tema, pero en términos de un hombre de 35 años de edad que regresa a la universidad en la que se había graduado una docena de años antes. Se enamora de una linda joven de 19 años de edad. Ella, en su inocencia, trata de seducirlo.

Él, al igual que cualquier hombre que lleva sangre en las venas, considera la posibilidad y casi accede a la petición de la joven adulta. Pero desiste, se resiste a proceder, y finalmente se da cuenta de que no puede “regresar” a los años de su juventud, cuando ni siquiera habría pensado en negarle ese favor. En otras palabras, había madurado y alcanzado la sabiduría.

A veces fantaseo con volver a la universidad y comenzar una nueva carrera, y—por qué negarlo—empezar mi vida de nuevo y corregir algunos de los errores que he cometido. Quizá podría lograr en mis años más maduros lo que no pude en mi juventud. Pero en estos tiempos de recesión, y a mi edad y con mis circunstancias, ¿podría ser que estoy de nuevo intentando lo imposible: “regresar a casa”?

Tengo que seguir evolucionando y tomando en cuenta la etapa de la vida en que me encuentro.

Y ahora, hablando en general, cuando tratamos de hacer las cosas como siempre las hemos hecho, cuando no tomamos en cuenta que vivimos en un mundo muy diferente, cuando tratamos de forzar a nuestros hijos y a nuestros estudiantes a hacer las cosas como nosotros, los mayores, siempre las hemos hecho, estamos invitándonos  a nosotros mismos a aprender esa difícil lección: No podemos regresar a casa porque esa casa ya no existe, a pesar de que deseemos de todo corazón que el hogar esté tal como lo dejamos hace mucho tiempo.

–David Magallanes es un escritor, orador y profesor jubilado de matemáticas.  Se puede comunicar con él por e-mail a: adelantos@msn.com.