Bilingual commentary: Pearl Harbor

David Magallanes

By David Magallanes /Guest contributor

A few days ago we commemorated the 71st anniversary of the attack on Pearl Harbor, Honolulu, Hawaii. For the ancient Hawaiians, the place was called Wai Nomi; that is, Pearl Water. It must have been a pleasant and peaceful place. Until Dec. 7, 1941.

I was reading in the newspaper, in our Ventura County Star, that a few years ago a World War II veteran, now 93 years of age, had polled several people in Ventura about their knowledge of the catastrophe that had occurred on that day. Sadly, he reported that something like 85% of these persons had not the remotest idea of what he was talking about.

The Japanese had attacked us by surprise. They caught us unawares. More than 2,000 of our military personnel died in Pearl Harbor that day — the “day of infamy,” according to President Roosevelt. It was an occurrence that impacted us enormously —I dare say even more than Sep. 11, 2001 did. It was the awakening of a nation that in the end obligated us to become a superpower. As a result of the attack, my father, although he was a Mexican citizen living in Los Angeles at the time, was drafted into the U.S. Army and sent to Europe to fight the Nazis. An uncle was dispatched to Europe and the Philippines. The two survived all of the cruelty and the killing of millions during this war.

I got to thinking about a trip I had taken with my daughter when she was a young adolescent — to Honolulu, to be exact. I wanted to take her far, flying several hours over the Pacific, so that she would realize that the world is much larger than Ventura County and its environs. Once there, one of our first excursions was to Pearl Harbor. I wanted her to be informed about this tragic event that changed our country forever and which should be a formidable part of our awareness as Americans.

She never forgets the near-religious environment of the monument commemorating the lives of those young men and their leaders who sacrificed their lives that horrible day. Their bodies still lie below the water, inside a destroyed battleship, no more than yards away from where we stood to meditate on the price of liberty.

I did not want her to be a part of that “85%” that is not aware of one of the most impactful  events that made of the United States what it is today. And I recently confirmed that my efforts some fifteen years ago came to fruition when she, now a wife and mother, chose Hawaii as the destiny for the first distance vacation for her new family. Upon arriving, one of their first outings in Honolulu was to … Pearl Harbor. Now my grandson knows the significance of this sacred place, and I hope that someday in the distant future, he will take his children there, too, so that that hopefully the memory of this event will never die.

— David Magallanes is a writer, speaker and retired professor of mathematics.  You may contact him at adelantos@msn.com

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Pearl Harbor

Por David Magallanes / Columnista invitado

Hace unos días conmemoramos el 71 aniversario del ataque a Pearl Harbor, Honolulu, Hawái.  Para los Hawaianos ancianos, el lugar se llamaba Wai Nomi, o sea, Agua de Perla.  Habrá sido un lugar placentero y apacible.  Hasta 1941.  Luego todo cambió en un instante.

Leí en el periódico, nuestro Ventura County Star, que hace unos ocho años un veterano de la Segunda Guerra Mundial, ahora de 93 años de edad, había preguntado a varias personas en Ventura sobre sus conocimientos del catástrofe que ocurrió aquel día.  Tristemente, él reportó que algo así como el 85% de esas personas no tenía ni la más remota idea de lo que estaba hablando.

Los japoneses nos habían atacado por sorpresa.  Nos agarraron desprevenidos.  Más de 2,000 de nuestros militares murieron en Pearl Harbor ese día—”el día de la infamia”, según el presidente Roosevelt.  Fue un acontecimiento que nos impactó enormemente—me atrevo a decir aún más que el 11 de septiembre de 2001.  Fue el despertar de nuestra nación y al fin y al cabo nos obligó a convertirnos en una superpotencia.  Como resultado del ataque, mi padre, aunque fuera un ciudadano mexicano viviendo en Los Ángeles en ese entonces, fue reclutado por el ejército norteamericano y enviado a Europa para luchar contra los Nazis.  Un tío fue despachado a Europa y a las Filipinas.  Los dos sobrevivieron toda la crueldad y las matanzas de millones de personas durante esta guerra.

Me puse a pensar en un viaje que yo había hecho con mi hija cuando ella era una joven adolescente—a Honolulu, precisamente.  Quería llevarle lejos, volando varias horas sobre el Pacífico, para que se diera cuenta de que el mundo es mucho más grande que el Condado de Ventura y sus alrededores.  Una vez allí, una de nuestras primeras excursiones fue a Pearl Harbor.  Quería que ella se enterara de este evento trágico que cambió a nuestro país para siempre, y el cual debería de ser una parte formidable de nuestra consciencia como Americanos.

Ella jamás se olvida del ambiente casi religioso del monumento conmemorando las vidas de esos jóvenes y sus líderes que sacrificaron sus vidas aquel día horroroso.  Sus cuerpos aún yacían bajo el agua, dentro de un buque de guerra destrozado, no más de unos metros del lugar en donde nos pusimos a meditar sobre el precio de la libertad.

Yo no quería que mi hija formara parte de ese “85%” que no está consciente de uno de los eventos históricos más impactantes que hizo de los Estados Unidos lo que es hoy día.  Y recientemente confirmé que mi esfuerzo hace unos quince años diera resultado cuando ella, ahora una esposa y madre, escogió Hawái para el destino de las primeras vacaciones de larga distancia para su nueva familia.  Al llegar, una de sus primeras salidas en Honolulu fue…a Pearl Harbor.  Ahora mi nieto sabe el significado de este lugar sagrado, y espero que algún día en el lejano futuro, él lleve a sus hijos allá también, con la esperanza de que nunca se muera esa memoria.

— David Magallanes es un escritor, orador y profesor jubilado de matemáticas.  Se puede comunicar con él por e-mail a: adelantos@msn.com.